viernes, 16 de octubre de 2015

Jamás habréis oído de escena tan macabra

Lentamente se acercó al cuerpo inerte que en el suelo yacía sin vida y sin mente. Se agachó junto a él e introduciendo sus blancos y finos dedos en el pecho, arrancó el corazón sangrante, negro como el carbón. Lo acercó lentamente hacia su rostro, pero a mitad de camino lanzó una oscura mirada a la faz, otrora liviana y hermosa, de la bruja odiosa que durante años había enturbiado su dulce infancia.
Maliciosa sonrisa apareció en los labios de la hermosa, que se acentuó, más si cabe, al dirigir la vista al magnífico espejo de la suntuosa estancia.  Allí reflejada estaba ella, aunque ya no era ella, sino versión mermada de lo que un día fuera. ¿Mermada? Engrandecida diría la muchacha, más fuerte y poderosa que la malvada bruja derrotada.
Dirigió de nuevo la joven su atención al humeante corazón que aún en la palma de su mano descansando estaba. Lo acercó hacia sus labios, y como si de un leve beso se tratara, los humedeció con la sangre, aún caliente, de la muerta que a sus pies reposaba. Sin previo aviso y sin pesar lo mordió con todas sus ganas, y arrancando un cuantioso trozo, lo tragó sin ninguna repugnancia.  Tal acción repitió hasta terminar con el negro corazón, quedando como únicas pruebas de escena tan macabra, los restos de sangre en sus manos y en su cara.
Durante el desarrollo de esta empresa,  nunca dejó de mirar su reflejo en el espejo, y a medida que avanzaba, fue consciente de cómo sus ojos, verde esmeralda, cambiaban hasta tornarse en un insólito color lavanda. Sonrió nuevamente, y también maliciosamente, a su imagen reflejada, orgullosa de su nueva sombra reformada, más oscura y más larga, que a todos los recovecos del lugar llegaba. Sin más dilación se alzó, concediendo una última mirada de desdén al cuerpo tendido sobre el jergón, y así tras tal acción, abandonó la habitación.
Por un instante, todo quedó quieto, sin ningún movimiento. Ni tan siquiera una mota de polvo habría de enturbiar tal escena de perturbación sin igual. Más de repente, el cuerpo yaciente se alzó respirando nuevamente, con una bocanada tan profunda como la más honda de las simas. Miró a un lado y a otro pero finalmente fue el espejo el que llamó su atención. A él se acercó, muy lentamente, y como si fuera su mismísimo amante, acarició su superficie tan reflectante, tan brillante. En tal hazaña estaba cuando en voz alta y contundente dijo las palabras, tan antiguas como el alba:
“Espejito, espejito, dime, ¿quién es la más hermosa del reino?”
Un rostro pálido como la cal apareció en el borde del cristal y con voz de ultratumba sentenció: ‘Ni tú, mi querida reina, ni Blancanieves, sois ya las más hermosas, pues la venganza y el odio han hecho de vosotras las más horrendas criaturas de esta historia’.
La malvada reina bruja sonrió de oreja a oreja, ya que su odiada hijastra adoptada, en belleza no la superaba. El objetivo de su artimaña alcanzado estaba, solo era cuestión de tiempo que Blancanieves se convirtiera, en su propio cuento, en la nueva reina mala.  

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