Lentamente se acercó al cuerpo
inerte que en el suelo yacía sin vida y sin mente. Se agachó junto a él e
introduciendo sus blancos y finos dedos en el pecho, arrancó el corazón
sangrante, negro como el carbón. Lo acercó lentamente hacia su rostro, pero a mitad
de camino lanzó una oscura mirada a la faz, otrora liviana y hermosa, de la
bruja odiosa que durante años había enturbiado su dulce infancia.
Maliciosa sonrisa apareció en los
labios de la hermosa, que se acentuó, más si cabe, al dirigir la vista al
magnífico espejo de la suntuosa estancia.
Allí reflejada estaba ella, aunque ya no era ella, sino versión mermada
de lo que un día fuera. ¿Mermada? Engrandecida diría la muchacha, más fuerte y
poderosa que la malvada bruja derrotada.
Dirigió de nuevo la joven su
atención al humeante corazón que aún en la palma de su mano descansando estaba.
Lo acercó hacia sus labios, y como si de un leve beso se tratara, los humedeció
con la sangre, aún caliente, de la muerta que a sus pies reposaba. Sin previo
aviso y sin pesar lo mordió con todas sus ganas, y arrancando un cuantioso
trozo, lo tragó sin ninguna repugnancia.
Tal acción repitió hasta terminar con el negro corazón, quedando como
únicas pruebas de escena tan macabra, los restos de sangre en sus manos y en su
cara.
Durante el desarrollo de esta
empresa, nunca dejó de mirar su reflejo
en el espejo, y a medida que avanzaba, fue consciente de cómo sus ojos, verde esmeralda,
cambiaban hasta tornarse en un insólito color lavanda. Sonrió nuevamente, y
también maliciosamente, a su imagen reflejada, orgullosa de su nueva sombra
reformada, más oscura y más larga, que a todos los recovecos del lugar llegaba.
Sin más dilación se alzó, concediendo una última mirada de desdén al cuerpo
tendido sobre el jergón, y así tras tal acción, abandonó la habitación.
Por un instante, todo quedó
quieto, sin ningún movimiento. Ni tan siquiera una mota de polvo habría de
enturbiar tal escena de perturbación sin igual. Más de repente, el cuerpo
yaciente se alzó respirando nuevamente, con una bocanada tan profunda como la
más honda de las simas. Miró a un lado y a otro pero finalmente fue el espejo
el que llamó su atención. A él se acercó, muy lentamente, y como si fuera su
mismísimo amante, acarició su superficie tan reflectante, tan brillante. En tal
hazaña estaba cuando en voz alta y contundente dijo las palabras, tan antiguas
como el alba:
“Espejito, espejito, dime, ¿quién
es la más hermosa del reino?”
Un rostro pálido como la cal
apareció en el borde del cristal y con voz de ultratumba sentenció: ‘Ni tú, mi
querida reina, ni Blancanieves, sois ya las más hermosas, pues la venganza y el
odio han hecho de vosotras las más horrendas criaturas de esta historia’.
La malvada reina bruja sonrió de
oreja a oreja, ya que su odiada hijastra adoptada, en belleza no la superaba.
El objetivo de su artimaña alcanzado estaba, solo era cuestión de tiempo que
Blancanieves se convirtiera, en su propio cuento, en la nueva reina mala.
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