- Cuéntame el final.
- ¿El final? ¿El final de qué?
- ¿El final? ¿El final de qué?
- El final de la historia, por supuesto.
El anciano miró a la cara alzada
de la niña que se llenaba de impaciencia y resolución por momentos. Soltó una
carcajada:
- Hombre, para contarte el final tendré que empezar
por el principio ¿no te parece?
La niña quedó pensativa durante
un momento y entonces se decidió.
- Muy bien. Cuéntame, pues, toda la historia.
- ¿Contarte toda la historia? ¿No será eso un poco
largo? – hizo una pausa, para ver cómo la pequeña saltaba de un pie a otro sin
poder esperar ni un segundo más- ¿No prefieres vivirla?
La niña se paró en seco y cuando
comprendió lo que le acababa de decir se le iluminó el rostro. ‘¿Vivirla?’.
Jamás se le había ocurrido que podría tener tanta suerte. Por fin, una
aventura. Después de tanto tiempo escuchando historias. Historias fantásticas,
de seres fantásticos. Esperando con ansia el momento de escuchar una más, una
nueva. Porque siempre eran nuevas, siempre nuevas y preciosas. No todas
acababan bien, por supuesto, eso era imposible, pero cada una de ellas era
perfecta en sus imperfecciones.
El anciano volvió a reír, con una
carcajada profunda y sincera, y sin esperar respuesta empujó a la niña con un
simple movimiento de su mano. Esta perdió el equilibrio y comenzó a caer. ¿O a
subir? Ya no estaba muy segura. Dio vueltas y más vueltas en un remolino que la
engullía. Un remolino de colores naranjas y amarillos, tan luminosos que
incluso le cegaban. Entonces se estabilizó y ya sí, con seguridad comenzó a
ascender. Tres paredes cruzó, una de fuego, una de agua y una de roca hasta que
finalmente llegó al punto donde, supuso, había de llegar, pues con un lento
flotar se posó sobre el suelo.
Sus ojos se abrieron
desmesuradamente. Los personajes de las historias, todos estaban allí. Un
hombre que avanzaba apresuradamente llevando esa caja negra bajo el brazo, eso
que el cuentacuentos llamaba maletín. Esa niña, un poco más alta que ella que
jugaba con una especia de lazo alargado… ‘mmm
¿Cómo era? ¿com…? ¿comba? ¡Ah, sí! Eso era’ Ese grupo de chicos que
acarreaban una bolsa ‘¿mochila?’ a la
que salían de un edificio. Un edificio enorme, lleno de agujeros por los que
dejaba entrar la luz, de pareces rojas y brillantes. Un edificio que el
cuentacuentos llamaba colegio. Ahí se aprendían cosas, según él. Entonces se volvió y vio a una de esas señoras
que tenían la piel surcada de líneas. El cuentacuentos decía que era por la
edad, que era el tiempo el que las producía. Ella no entendía por qué en las historias los personajes se
preocupaban cuando empezaban a aparecer las primeras. Bajo su parecer eran
preciosas. Como si alguien hubiera creado una obra de arte sobre la piel.
Siguió caminando, deleitándose a
cada paso con cada cosa que veía, tan conocida y desconocida a la vez. La gente
no parecía percatarse de su presencia. En la calle siempre era la pequeña niña
la que tenía que apartarse para dejar pasar al resto. Pero no le importaba, así
podía inspeccionarlos más de cerca.
Allí estaban todas las cosas que
el cuentacuentos había descrito tan bien en sus historias. Siempre que veía
algo nuevo lo señalaba y gritaba el nombre. Entonces prorrumpía en carcajadas.
Y seguía caminando. Había ocasiones en las que no lo recordaba. Entonces se
sentaba sobre el suelo y con cara de concentración permanecía allí hasta que la
palabra correcta le venía a la mente. Siempre sonreía con deleite cuando esto
ocurría.
Empezó entonces a andar algo
distraída. Se preguntaba por qué en aquella ocasión el cuentacuentos no se
había limitado a narrarle una nueva historia, como siempre había hecho desde
que lo conocía, vamos, desde siempre. ¿Qué era demasiado larga? ¿Y qué? Al fin
y al cabo siempre lo eran. Así avanzaba ella sumida en sus pensamientos,
cuando, de repente, se dio cuenta que estaba ante un edificio inmenso, pintado
entero de blanco. Mmm… no se acordaba del nombre de este. Por mucho que lo
intentó ninguna palabra le vino a la mente, así que decidió entrar para
comprobar si algo en su interior le daba una pista.
En el interior las paredes también
eran completamente blancas. Había mucha gente. También esos que siempre van
vestidos de blanco y con una especie de collar raro al cuello. ‘Médicos, por supuesto’, se acordó la
niña. Avanzó por un pasillo atraída por la curiosidad. No sabía por qué había
escogido ese en particular, cuando había tantos. Casualidad. El color del
rellano comenzó a cambiar, pasando de blanco impoluto al rosa.
Pegó un brinco. Un grito
desgarrador provenía de unas puertas un poco más allá. Avanzó corriendo, movida
por la curiosidad y la preocupación, dispuesta a ofrecer su ayuda en caso de
que fuera necesario. Atravesó como un relámpago la entrada y se quedó pasmada
con lo que allí había. Una mujer dispuesta en una posición que a su parecer
debía ser de lo más incómoda, con la cara congestionada ‘¡Claro! Por cómo está tumbada. Si es que a quien se le ocurre…’.
Parecía que estaba haciendo un gran esfuerzo, no sabía exactamente cuál. A su
lado había un hombre con cara de preocupación, que le cogía la mano con
tremendo cariño, a pesar de que claramente ella le tenía que estar haciendo un
daño del demonio por cómo le clavaba las uñas.
Volvió a gritar, no muy alto al
principio, pero el alarido en el que se convirtió hizo que la niña se tapara
las orejas para no tener que oírlo. Se fue acercando lentamente para ver más de
cerca lo que sucedía. El otro hombre, vestido por cierto, de blanco. Animaba a
la mujer como podía. ‘Venga Ana que ya
falta poco, tú sigue empujando’. ¿Empujar? ¿Empujar el qué? si ahí no había
nada que empujar, pensaba la niña con cara de fascinación por escena tan
extraña, aunque muerta de curiosidad por saber en qué acababa todo esto.
La mujer, que se llamaba Ana,
pegó un nuevo grito y el médico dijo algo así como ‘Ya llega’. ¡Ay! ¡Qué ganas de ver el final de la historia! Entonces
la pequeña sintió cómo algo tiraba de ella, algo invisible, que tenía la fuerza
de un tifón. Tiraba de ella sin disminuir su fuerza ni por un momento. La niña
se agarró del pasamanos de la cama para evitar que ese extraño empuje se la
llevara volando. ‘¡No! ¡Quiero ver cómo acaba la historia!’ Gritó, mientras la
mujer emitía el alarido más desgarrador de todos. Entonces se oyó una profunda
risa que parecía llevada por el viento. ‘¿No tendrás que saber primero como
empieza?’ Acto seguido la niña se
esfumó, siendo unos ojos desorbitados por la sorpresa lo último que se pudo ver
de ella. Al mismo tiempo, un bebé rompió a llorar.
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