Últimamente lo pierdo todo. TODO.
Y me canso de perder tantas cosas. Si no tuviera la cabeza pegada al cuerpo
segurísimo que la perdería. Cada vez que me desaparece algo me prometo que en
el futuro tendré más cuidado, que estaré más atenta. Aún así, no pasan ni unas
pocas semanas cuando vuelvo a perder algo nuevo. Y me canso, me canso. Ya estoy
tan acostumbrada a perder cosas que ni le doy importancia. Pero es que no sé
por qué, pero siempre extravío aquello por lo que tengo más aprecio. En realidad
esto tiene sentido, ya que seguramente pierdo un montón de cosas al día a las
que no doy importancia, pero precisamente porque no les doy importancia es por
lo que ni me entero de que ya no las tengo.
Os parecerá extraña esta
afirmación. Os preguntaréis que si se me ha ido la pinza. Pero lo que afirmo es
verdad. Veréis, yo tampoco me hubiera imaginado que ellos fueran los
responsables de tantos pequeños robos. Pero el caso es que llegó un momento en
el que me harté de perderlo todo y decidí investigar por qué desde hacía unos
cuantos años me pasaba esto, cuando de niña, no solía perder yo tanto objeto.
Comencé mi investigación por
Internet. Vi que muchos padecían del mismo problema que yo. Cada uno con un
objeto específico, que siempre acababa por desaparecerles. Algunos perdían el
bolso, otros la cartera, una ingente cantidad de personas perdía el móvil a
menudo o se lo robaban, dinero, DNIs, ipods y tablets también ocupaban un lugar
especial entre los objetos perdidos. Había varias explicaciones para estos
lapsus de cordura en los cuales dejamos los objetos en lugares sin darnos
cuenta y luego somos incapaces de acordarnos. De acuerdo con un artículo los
humanos pasamos el 95% del tiempo haciendo cosas de forma subconsciente y
solemos perder un objeto concreto por una razón específica. La pérdida del DNI
puede significar nuestro inconformismo con que nos defina e identifique una
simple tarjeta, la del móvil, nuestra contrariedad a que nos controlen en todo
momento… y así seguía el artículo. Y lo cierto es que al principio esa
explicación me pareció razonable y dejé mi investigación por un tiempo.
Sin embargo, poco después empecé
a perder, de forma masiva, todos los pequeños objetos que guardaba en mi
habitación. ¡Eso no podía ser! Vamos a ver, el cepillo ni siquiera lo había
sacado a la calle, ni las tijeras, ni el maquillaje ¡ni siquiera mi boli
preferido! ¿Cómo era posible que me desaparecieran todos esos objetos? Y así,
tan de repente.
Así que decidí poner una trampa.
Dejé mi móvil nuevo bien a la vista y me escondí dentro del armario a la
espera. Es verdad que en ese momento me sentí de lo más ridícula, pero bueno,
tampoco es que me estuviera viendo nadie. Me pareció que pasaba una eternidad,
y estaba a punto de desistir en mi empeño, cuando noté que algo se movía debajo
de mi cama. Por un momento me morí de miedo. A pesar de que ya soy una adulta
no puedo con ciertas cosas. Y que unos seres pequeños y oscuros se muevan por
debajo de mi cama no me parece nada divertido.
Esto fue así hasta que salieron a
la luz. Parecían gnomos o enanos, aunque aún más pequeños, con miradas
maliciosas en sus caras y los ojos bañados por un sentimiento que podría
definirse como codicia, aunque no tan extremo. Uy se les notaba en sus pequeños
rostros el deleite al ver el móvil recién comprado sobre la mesa. Y allí se
lanzaron todos a por él. Un grupito de cinco que lo acarrearon con caras de
extremo esfuerzo. Aguanté dentro del armario hasta que ya no pude más hasta que
finalmente salté fuera gritando ¡os pillé! Y puff. Desaparecieron.
Lo último que ví fue sus caras
escandalizas y asustadas por haber sido descubiertos. Intenté que regresaran
con nuevos cebos, pero ya me tenían calada y se cuidaban mucho de aparecer. Aunque
lo hacían, de vez en cuando. Lo sé porque de tiempo en tiempo extraviaba algo
nuevo. Sabía que eran ellos, porque desde que los descubrí sí que me había
vuelto mucho más atenta con las cosas que tenía y dejaba de tener.
Un día ya, acuciada por la
curiosidad probé un experimento. Dejé debajo de mi cama una nota en la que
escribí únicamente ‘¿por qué? y ¿por qué a mi?’ No sé si esperaba respuesta o
no, pero por intentarlo tampoco perdía nada.
Cuál fue mi sorpresa que al día
siguiente me encontré un papelito con una letra diminuta exactamente en el
mismo sitio en el que yo había dejado mi ‘notaza’. Para leerlo tuve que buscar
mi lupa de la infancia. Gracias a Dios eso aún no se lo habían llevado. ‘Porque
no lo necesitas y porque, como al resto de los humanos, tanto objeto inútil te
está dejando medio tonta, impidiéndote ver más allá de tus narices y centrarte en lo que es verdaderamente importante’ era su respuesta. Lo primero
que pensé fue ‘Vaya gracias, qué simpáticos son estos gnomos/enanos’. Pero
después de esta primera reacción les escribí otra nota ‘¿Y qué es lo
verdaderamente importante?’ No tuve que esperar ni un día para tener mi
respuesta ‘Vivir, sin ataduras y apasionadamente. Vivir como si no existiera el
mañana. Deja de preocuparte tanto por tus objetos materiales, pues estos no te
darán lo que necesitas; las personas, sí’.
Me pareció una buena
contestación. Y seguí su consejo. Dejé de preocuparme tanto por mis posesiones.
Hasta tal punto fue así, que dejaron de desaparecer. Los hombrecitos diminutos
ya no creían necesario quitarme mis cosas, puesto que mis cosas ya no me
quitaban mi vida.
Así que no os preocupéis si se os pierde algo. Son
ellos. Y lo hacen porque creen que es necesario, porque quizás en los últimos
tiempos te has centrado tanto en el aspecto material de tu vida que has
olvidado lo que es realmente importante. Los gnomos/enanos solo intentan
recordártelo. Solo intentan ayudarte. Sí, sus métodos son crueles. Pero no puedes hacer nada. Son más
pequeños, más numerosos y actúan mientras tú no miras. ¿Cómo pretendes luchar
contra eso?
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