jueves, 4 de septiembre de 2014

Día 31

He de empezar esta entrada disculpándome por la tardanza. Lo cierto es que ha sido un mes lo bien de ajetreado. Pero bueno, más vale tarde que nunca. De todas formas de aquel día poco hay que contar.
Por la mañana fuimos a ver el famoso lago que separa las esclusas de uno y otro lado del canal. Desgraciadamente no llegamos a vislumbrar ningún barco que lo fuese a atravesar, así que no fue una experiencia del todo completa, si se puede decir así. Lo cierto es que aunque lo hubiésemos visto no nos habría parecido muy deslumbrante, no porque no lo fuera, sino porque esa mañana todo sabía al agridulce gusto de la despedida.
Después nos dirigimos a otra zona de ese mismo lago que es famosa por su población de cocodrilos. Cómo no, al acercarnos al agua me metí una culada monumental. Menos mal que no caí en el pantano, lo menos que querría sería ser devorada por un cocodrilo justo antes de volver a casa. Tampoco creo que hubiese pasado nada, porque solo llegamos a reconocer el lomo de uno de ellos. Eso, y unas cuantas tortuguitas.
Poco a poco iba llegando la hora. La temida hora. Lo peor de volver de un viaje no es el hecho de volver, sino la espera que la precede. A  la vez no quieres irte, pero sabiendo que debes hacerlo esperas que ocurra cuanto antes, por lo menos para disfrutar de la ventaja del regreso, que no es otra que llegar a casa y ver a tu familia y amigos.
Antes de irnos, sin embargo, disfrutamos de la última comida, que también se basó en animales que habíamos cazado el día anterior. Desde luego por lo escrito en este diario parece que  lo único que hemos hecho es comer. Y lo cierto es que de ese punto no podemos quejarnos.
Y ya sí que sí, llegó la hora de partir. Eso si no contamos las dos horas de espera en el aeropuerto después de facturar las maletas. Pero bueno, ya me entendéis, es una forma de hablar. De todas maneras se nos pasó muy rápido mientras tomábamos un café y hacíamos un resumen de nuestro viaje.
Diez horas. Diez horas de tortura fue el viajecito. Fui incapaz de dormirme y además por si lo habéis olvidado os recuerdo que el día anterior me quemé como carne a la parrilla. Así que ya os podéis imaginar qué suplicio. No había posición que me permitiera estar cómoda, los pantalones parecían herramientas de tortura, empecé a considerar los ibuprofenos como auténticos caramelos…
En resumen, tres películas y un dolor y medio insoportable después, aterrizamos en España. Y entre abrazos y besos de nuestras respectivas madres es como nuestro viaje llegó a su fin. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario