He de empezar esta entrada disculpándome por
la tardanza. Lo cierto es que ha sido un mes lo bien de ajetreado. Pero bueno,
más vale tarde que nunca. De todas formas de aquel día poco hay que contar.
Por la mañana fuimos a ver el famoso lago que
separa las esclusas de uno y otro lado del canal. Desgraciadamente no llegamos
a vislumbrar ningún barco que lo fuese a atravesar, así que no fue una
experiencia del todo completa, si se puede decir así. Lo cierto es que aunque
lo hubiésemos visto no nos habría parecido muy deslumbrante, no porque no lo
fuera, sino porque esa mañana todo sabía al agridulce gusto de la despedida.
Después nos dirigimos a otra zona de ese
mismo lago que es famosa por su población de cocodrilos. Cómo no, al acercarnos
al agua me metí una culada monumental. Menos mal que no caí en el pantano, lo
menos que querría sería ser devorada por un cocodrilo justo antes de volver a
casa. Tampoco creo que hubiese pasado nada, porque solo llegamos a reconocer el
lomo de uno de ellos. Eso, y unas cuantas tortuguitas.
Poco a poco iba llegando la hora. La temida
hora. Lo peor de volver de un viaje no es el hecho de volver, sino la espera
que la precede. A la vez no quieres
irte, pero sabiendo que debes hacerlo esperas que ocurra cuanto antes, por lo
menos para disfrutar de la ventaja del regreso, que no es otra que llegar a
casa y ver a tu familia y amigos.
Antes de irnos, sin embargo, disfrutamos de
la última comida, que también se basó en animales que habíamos cazado el día
anterior. Desde luego por lo escrito en este diario parece que lo único que hemos hecho es comer. Y lo
cierto es que de ese punto no podemos quejarnos.
Y ya sí que sí, llegó la hora de partir. Eso si
no contamos las dos horas de espera en el aeropuerto después de facturar las
maletas. Pero bueno, ya me entendéis, es una forma de hablar. De todas maneras se
nos pasó muy rápido mientras tomábamos un café y hacíamos un resumen de nuestro
viaje.
Diez horas. Diez horas de tortura fue el
viajecito. Fui incapaz de dormirme y además por si lo habéis olvidado os
recuerdo que el día anterior me quemé como carne a la parrilla. Así que ya os
podéis imaginar qué suplicio. No había posición que me permitiera estar cómoda,
los pantalones parecían herramientas de tortura, empecé a considerar los
ibuprofenos como auténticos caramelos…
En resumen, tres películas y un dolor y medio
insoportable después, aterrizamos en España. Y entre abrazos y besos de
nuestras respectivas madres es como nuestro viaje llegó a su fin.
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