Ya sí que era nuestro último día en San
Félix. Y sí, definitivamente era el día de las despedidas. Hubo despedida en el
Paraíso, hubo despedida en Las Lajas y hubo despedida en la Fundación.
En el Paraíso, por fin, pudimos entregarles
nuestros regalitos. Sin embargo no estuvimos tanto rato como nos habría
gustado. Aunque lo cierto es que aun teniendo todo el tiempo del mundo no
habría sido suficiente. Fue verdaderamente muy triste, yo creo que el que más.
Nos preguntaban que cuándo íbamos a volver. Eso mismo nos preguntamos nosotras.
Pero el caso es que sabemos muy bien que como mínimo será al año que viene. Un
año. En un año pueden pasar mil cosas. No sé si ellos se habrán dado cuenta de
lo que supone realmente un año.
En Las Lajas solo estuvimos media hora. Eso
sí, nos colmaron de regalos. Muy bonitos además. Lo cierto es que al final
estos también se hacen de querer. Y no lo digo por las sorpresas, sino porque
en el fondo también nos han hecho pasar muchísimos ratos buenos. Y desde luego
a estos tampoco va a ser difícil recordarlos.
Ya llegadas a la Fundación ultimamos los
preparativos que faltaban. E incluso nos dio tiempo a comprar el billete hacia
la capital. Para entonces ya estábamos bien cansadas. Desde el punto de vista
psicológico. Tanta despedida no puede ser buena para la salud mental de cualquiera.
Pero bueno, por lo menos pudimos recuperarnos
con una opípara comida en la Fundación, que fue organizada por varias causas.
Para celebrar el Día del Padre, los cumpleaños de dos trabajadores, la llegada
de Bárbara (una nueva hermana del Sagrado Corazón) y para despedirnos a
nosotras. Claramente arroz hubo en abundancia, pero además disfrutamos de
plátano caramelizado, pollo y ensalada de patata. A bueno y la tarta y el
helado del final. Los más ricos que habíamos probado hasta la fecha. Y
nuevamente tocó despedirse. Madre mía, iban todas seguidas. Hubo fotos a
montones y abrazos a tutiplén… y así es como acabó nuestra experiencia en San
Félix. Visto con perspectiva, fue triste, pero si no lo hubiese sido habría
significado que poco o nada hubiésemos encajado e importado a aquellas gentes. Así
que al final, fue perfecto.
Lo malo, que justo después nos tocó aguantar
un viaje en autobús de seis horas y media. Eso sí que fue un auténtico
suplicio.
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