martes, 5 de agosto de 2014

Día 27

Ese día comenzó de forma bastante desastrosa. Nuestra intención era pasar toda la mañana con los niños del Paraíso, organizándoles juegos y dándoles regalitos. Todo con el fin de hacer una gran despedida y que nos recordaran con cariño.
Pero va Gloriela, la maestra y directora, y muy tempranamente llama a Julián para avisarle de que ese día no iba a abrir la escuela. ¿Qué? Menuda indignación nos entró. Lo normal. Para el último día que podíamos pasar con ellos, disfrutarlo al máximo e irnos con un buen sabor de boca, va y nos lo chafa.
Así que cambiamos un plan que llevábamos esperando una semana por otro que no nos atraía lo más mínimo. Volvimos a acompañar a Julián a hacer algunas visitas por las casas. No sé yo si era porque ya nos íbamos, porque estábamos cabreadas por no poder ir al Paraíso o porque simplemente no resultaron tan interesantes… pero lo cierto es que esa mañana no fue tan refrescante como la primera, cuando conocimos a Vevis, a Lucho a Johelis… Nada, no tuvo nada que ver.
Por lo menos por la tarde sí que pudimos ir a despedirnos con auténtica propiedad al “Sedán”. Cuando ya era hora de marcharse, pensando que ya poco podíamos hacer para entretenerlos los treinta minutos que quedaban, son ellos mismos los que nos deleitan con una sorpresa de lo más entrañable. A cada una nos habían comprado un bolsito típico de los ngobes, pero eso no es lo importante. Y es que a eso le siguió una serie de palabras, discursos e incluso canciones por parte de los señores que de verdad que nos llegaron al corazón. Desde luego no mentíamos cuando decíamos que nunca les olvidaríamos. Precisamente por esa razón, esa tarde, Teresa y yo nos bajamos en cada una de las paradas que hace el busito todas las tardes durante la vuelta, solo con la finalidad de dar un fuerte achuchón a cada uno de los ancianos que íbamos dejando en sus casas.
Ese día poco más pasó. Simplemente que ya nos tocó hacer las maletas. Cada vez se acercaba más el momento en que la gran experiencia acabaría. Lo cierto es que ordenar de nuevo todas las cosas fue un poquito difícil. Una aclaración importante, la habitación era pequeña. Pues imaginaos a nosotras dos dando tumbos por aquí y por allí recogiendo que si una camiseta, que si unos pantalones, que si el chubasquero… además, no sé por qué, pero daba la sensación de que la maleta volvía más llena de lo que la habíamos traído. Hombre, metimos algún que otro regalo y demás, pero no es como si nos llevásemos todos los productos en venta de Chiriquí…
Ya para terminar, nos comimos una típica comida panameña. Empanadillas, pollo frito y hojaldras. Todo comprado en el puestecito de fritos de al lado de nuestra casa, que no probamos hasta ese día… ojalá, en serio, ojalá lo hubiéramos descubierto antes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario