Aquel día vimos Panamá, la capital. Y por
primera vez desde que llegamos estuvimos todo el día a nuestra bola. Desde que
nos levantamos nos encontramos solas en la casa. Lo que aprovechamos para comer
un abundante desayuno (quizás hasta nos pasamos un poco). Pero bueno, era
necesario. Necesitábamos fuerzas para aguantar toda la jornada.
A las nueve fuimos en taxi al canal. Allí comenzaba
nuestro recorrido turístico. Desde luego no se equivocan cuando dicen que es
una auténtica obra de la ingeniería moderna. Os aseguro que lo es. No me
imagino cómo será la ampliación cuando la terminen. Cuando llegamos aún nos dio
tiempo a ver en las esclusas a los dos últimos barcos de la mañana, los que
cruzan del Pacífico al Caribe. Eran un carguero y un metanero. Ambos enormes.
Una vez terminada la visita al canal que
incluyó también un vídeo (de lo más poco realista) y un pequeño museíto,
cogimos el City Sightseeing (el típico autobús rojo de turistas) para seguir
viendo la ciudad.
La segunda parada fueron las Islas Flamenco.
Se trata de tres islas junto a la capital que se hicieron con la tierra que
sobraba cuando construyeron el canal. Ahora mismo son tres montículos
completamente verdes, llenos de vegetación, aunque también rodeados de yates y
barcos y a rebosar de tiendas, heladerías y restaurantes, todo ello para que
los incansables extranjeros nos entretengamos (como si no hubiese ya
suficientes cosas para hacerlo). Allí simplemente paramos para comernos un
helado (ni de lejos igual de rico que los del Chiricream).
La tercera parada fue el Casco Antiguo. Allí pasamos
más de cuatro horas. Había mucho que ver y muchas calles que recorrerse. Básicamente
lo que visitamos fueron iglesias. Muy bonitas, todas de piedra, más parecido a
lo que estamos acostumbrados a ver por aquí. Pero lo mejor fue otro museo que visitamos,
en el que sí que estaba muy bien explicado, no solo el origen y la historia del
canal, sino también el propio origen e historia del estado panameño. Había una
planta entera dedicada solo a fotografías, ordenadas de forma cronológica,
desde las primeras se hicieron hasta las más recientes. Además, incluso el
mismo edificio era digno de admiración. Era como entrar en uno de esos de las
películas, como “Noche en el Museo”. Con escaleras de madera y grandes cristaleras
haciendo de ventanas. Precioso.
Una vez visto el museo y un par de cosas más,
nos permitimos comer, también abundantemente (tacos, quesadillas y ensalada
césar). Pero lo mejor es que lo hicimos a las tres de la tarde. Eso es,
recuperando ya los horarios españoles, no fuese a ser que al volver nos
adaptásemos mal.
Y ya la última parada fue el Cerro Ancón. El punto
más alto de toda Panamá Capital. Era una colinita así que decidimos subir a
pesar de las advertencias del guardia de que posiblemente llovería. No le
hicimos caso y nosotras, muy seguras comenzamos el ascenso. El caso es que a
los cinco minutos se puso a jarrear como si a Dios se le hubiese ocurrido regar
el mundo en ese mismísimo instante. Ya estábamos caladas así que decidimos
continuar hasta el final. Cuando llegamos, literalmente parecía que nos
habíamos duchado. Algo por el estilo, la verdad. Eso sí, las vistas, y también
la experiencia, merecieron la pena. Aunque la gracia que le hicimos al guardia
cuando nos vio bajando empapadas no la mereció tanto.
Ya para entonces regresamos a casa (algo que
fue bastante difícil porque no pasaba ningún taxi, y los que lo hacían o iban
llenos o directamente ni paraban). Finalmente conseguimos llegar a la Ciudad
del Saber, lugar donde se encontraba la casa de Carlos e Inma, que nos habían
acogido.
Nos duchamos, nos preparamos y salimos a
cenar con un amigo de Teresa que está trabajando en la ampliación del canal. Y notición,
por fin, en dicha cena, llegamos a probar la yuca. Que rica. Me atrevería a
decir que me gusta incluso más que la patata. Y así, con la tripa llena y el
gusto satisfecho acabamos nuestra gran aventura por Panamá (la ciudad, que en
el país aún nos quedaba un día).
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