Os contaré la típica historia de
instituto. Todos la conocéis ya, puesto que últimamente es cada vez más común
(desgraciadamente) entre los jóvenes que comienzan una nueva etapa de su vida.
En esta historia, que está basada en hechos reales, hay tres personajes
principales a los que he decidido llamar Mario, Jorge y la profesora.
Mario es un chico aplicado, muy
trabajador y constante en el trabajo. Tiene un pequeño grupo de amigos con los
que le gusta jugar a videojuegos y demás.
Jorge, por supuesto, es todo lo
contrario. Es muy querido, o por lo menos mucha gente le sigue. También dicen
que es gracioso, al menos si lo ves desde fuera eso parece, ya que parece que
siempre tiene a su alrededor un coro de risas que se hace notar cada vez que él
dice algo. Es guapo, alto, atlético y un gran deportista. También es bastante
listo, o eso creeríais solo con ver cómo le tratan los profesores. Es su
auténtico ojito derecho. Claramente, siempre es el centro de atención, todos se
paran siempre para oír lo que tiene que decir. Lo que no se dice de él, pero
que todo el mundo sabe, es que es un matón, y de los grandes. De los buenos. De
los talentosos se podría decir. Ya que hace lo que le viene en gana, pero como
manipula para ser querido, nadie le lleva la contraria. Ni siquiera la máxima
autoridad.
Y esto nos lleva a hablar de la
profesora, a la que podríamos considerar la tutora, pero que en realidad es una
proyección de todo el profesorado del instituto. Intenta que sus alumnos se
lleven bien, e intenta inculcarles, como todo buen profesor, no solo datos
históricos o estadísticos para que se aprendan, sino también valores como la
solidaridad, el amor, la empatía, el
esfuerzo o el trabajo en equipo, entre otros. Sin embargo, como cualquier
persona normal siente debilidad por algunos alumnos, más que por otros. Ella no
iba a ser diferente, así que, como ya os imaginaréis, su alumno preferido es
Jorge.
¿Ya sabéis por donde voy?
Jorge es un matón, y como buen
matón, con quien prefiere meterse es con los que, por normal habitual, están
indefensos. Esto quiere decir que su objetivo preferente es el grupo de los
frikis, y entre ellos tiene una extraña predilección por Mario. Ya cuatro años
lleva este soportando no solo palizas, que siempre cae una de cuando en cuando,
si no el más puro desprecio de este individuo que se cree superior, que en ya
varias ocasiones ha conseguido que el resto del instituto le haga el vacío a
Mario. ¡Todo el instituto! ¿Es qué el resto del mundo no tiene una pizca de
personalidad?
Perdón, perdón, es que el tema me
revienta de verdad. Pero continuemos con la historia.
Mario estaba cansado. Podéis
pensar que estaría cabreado, furioso, decepcionado, incluso con ganas de
vengarse (que por supuesto también). Pero sobre todo cansado. Cansado de ser
considerado inferior, no lo suficientemente importante como para ser defendido.
Sus amigos le querían mucho y lo sabía. Pero entendía que no quisieran
entrometerse. Como cualquier persona normal no querían convertirse en el centro
de una atención tan poco saludable (por describirlo de alguna manera). En casa,
Mario no podía hablarlo con nadie. Con una madre atosigada por sus propios
problemas (el gran problema era su marido) y el padre que era un energúmeno
borracho, autoritario y cómo no, también un abusón, a Mario no le quedaba más
remedio que tragarse su angustia y desesperación.
Y así estuvo durante esos
primeros cuatro años de instituto, intentando lidiar con sus problemas
personales a la vez que soportaba con valentía algún que otro mamporro dado por
el ‘queridísimo’ Jorge. Aunque por lo general, este mantenía una completa
indiferencia, provocando que el resto de personas que formaban aquel pequeño
universo que era el instituto, le imitasen sin cuestionarle.
Pero ya os he dicho que Mario estaba
cansado. Y esa mañana cuando Jorge se le acercó para darle la paliza que de mes
en mes tocaba, Mario actuó por instinto, y le golpeó primero. Fue uno bueno, de
los que te dejan atontado por unos instantes. Sin embargo Jorge se recuperó
antes de lo esperado, y le dio una de las mayores tundas al chico, mientras el
resto de estudiantes le vitoreaban por ello.
En eso llegó la tutora, y
consiguió separarlos. Y tras soltar la típica frase de ‘la violencia solo
genera más violencia’, que ya no significaba nada para ninguno de los allí
presentes, preguntó quién había comenzado tamaña locura, a lo que todos, al
unísono, respondieron ‘Mario’. Lo que, técnicamente, era cierto puesto que ese
día, Mario sí había empezado la pelea. La profesora se volvió a él y muy
estrictamente le anunció que estaba castigado, tras lo cual, se lo llevó con los
pies arrastrando y la cabeza gacha, mientras le enumeraba las razones por las
que no debía pegar a la gente, ni meterse con nadie, y por supuesto, menos con
Jorge ‘¡con lo buen chico que es!’. En su espalda, Mario sentía las miradas de
superioridad y menosprecio que Jorge y su corrillo de admiradores le dedicaban.
Suspiró resignado.
Ahora miremos esta historia de nuevo pero cambiando los nombres. Imaginemos
que en lugar de Mario, Jorge y la tutora, son Occidente, Siria y la ONU.
¿Adivináis quién es quién?
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