En Las Lajas tuve que volver a ponerme seria
con los de quinto. De verdad que lo que se les dice les entra por un oído y les
sale por el otro. Es desesperante. Parece que lo de las broncas solo hacen
efecto en el día. Pero bueno, aparte de ese incidente, el resto de la jornada
de escuela pasó sin ningún tipo de problema.
En el “Sedán” tuvimos sesión de España. Allí
les llevamos para que degustaran las tortillas (algunos hasta repitieron) y
también el famoso mural. Un pequeño acercamiento al país por el que tanto nos
preguntaban.
Y bueno, bueno, había que verles comer las
tortillas, menudo exitazo, y eso que nosotras tampoco es que seamos unas
expertas. Hasta Rocky, que andaba por allí, se comió, prácticamente, la mitad
de una para él solo. Nos tocó sentarnos con él a la mesa, y aunque no es la
persona más habladora y alegre de la tierra, tampoco fue el suplicio que habría
cabido esperar. Parece ser que estudia para médico y que su deseo es
especializarse en cirugía cardiovascular. Un pozo de sorpresas, el chico.
Al regresar, ya tocó despedirnos de algunos
de los ancianos. Aquellos que los miércoles no tienen por costumbre ir al
“Sedán”. El segundo retazo de amarga y triste despedida. Y ya el colmo, fue al
llegar a la sede de la fundación. Las hermanas, María y Cecilia, habían
organizado una misa en nuestro honor para poder decirnos adiós con propiedad.
Fue hermosa pero fundamentalmente íntima. Hasta nosotras hablamos y Teresa se
emocionó y todo. Por poco se nos echa a llorar en la pequeña capillita. La
verdad que no le habría culpado por hacerlo.
Y después, encima de la misa, nos tenían
preparada una linda cena, a base de patacones (plátanos fritos que finalmente, después
de un mes, aprendimos a hacer), sándwiches y chocolate caliente exportado
directamente desde Colombia. Tanto la comida, pero sobre todo la compañía, no
podrían haber sido mejores.
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