Personalmente soy una auténtica “friki”
de El Señor de los Anillos. Lo
admito, me encantan, tanto las películas como los libros. E incluso las
películas me enamoraron en su día mucho más que las novelas en las cuales están
basadas (raro en mí, os lo aseguro).
Es una historia que me encandiló
desde el momento que tuve conocimiento de la misma. Nada más ser estrenadas las
películas fui una de las primeras para hacer cola ante las puertas del cine.
Excepto en el caso de la inicial, La
comunidad del Anillo, a la cual, mi infantil e impresionable mente de diez,
once años, vio como una auténtica serie de terror, llena de monstruos y seres
terroríficos.
Pasado ese primer prejuicio que
yo misma me creé, adquirí una extraña obsesión por Tolkien, hasta el punto que devoré
los libros de esta saga, del primero al último. Ya lo he dicho en la primera
línea, una auténtica “friki”.
Obsesión que hasta ahora se
había mantenido, pero que ha sido dura y cruelmente amputada con la primera
entrega de El Hobbit. No sabría decir
hasta qué punto ha llegado mi decepción ante este film, que si bien es cierto
que utilizando las últimas tecnologías ha alcanzado el mayor realismo en la
imagen y el movimiento, no se trata de nada más que de una producción destinada
a atraer al público y conseguir que se dejen el dinero en las taquillas.
Seamos sinceros, pretenden hacer
tres películas, de sus buenas tres horas cada una, partiendo de la adaptación
de un libro que tiene unas trescientas páginas como mucho. Tamaña locura se ve
que es, si tenemos en cuenta que de cada uno de los tres libros que forma El Señor de los Anillos, de bastantes
páginas más, han hecho tres películas también de tres horas (aunque en este
caso es completamente comprensible).
Duele ver que algo que atrae por
su novedad y diferencia es convertido en un producto para el gran público,
desarrollado únicamente por los intereses comerciales. Como vende, es bueno, y
como vende y es bueno, debemos alargarlo cuanto podamos. Idea que rige la mente del hombre
contemporáneo.
No es de extrañar que queriendo
sacar tiempo de donde no lo hay, se hayan tenido que inventar la mitad de la
historia. Porque o la memoria me falla, o no había ningún orco cruel y habido
de la sangre del rey enano en la novela de Tolkien. No sé, hace mucho que leí
los libros, pero no suelo tener tamaños agujeros en mi mente. Desde luego si te tienes que inventar la mitad
para llegar a los ciento ochenta minutos prestablecidos algo va muy pero que
muy mal con tu proyecto.
Luego, otra cosa que me resultó bastante
extraña e incluso hasta se podría decir graciosa, es que quizás con el tiempo Gandalf
decreció junto con los pies de los hobbits, porque vamos, menudo tamaño. El
primero, en comparación con la diferencia de estatura en El Señor de los Anillos, parecía un gigante, y en el caso de lo segundo,
con tal superficie los hobbits podrían dormir hasta de pie. A estos pequeños
detalles se les unen otros como lo diferente que parecen también los orcos y
sus monturas.
No sé si en La Tierra Media rige
la teoría de la evolución de Darwin, pero desde luego las especies no cambian
tan radicalmente en menos de medio siglo, que es lo que pasa desde que acaece
la aventura de Bilbo a la de su sobrino Frodo.
En general admito que los
efectos especiales y el realismo conseguidos son para ser admirados. Sin
embargo no lo son así la fidelidad al libro en el que se basa ni al aspecto y forma
que se les había dado a los personajes en las películas precedentes. Vamos que
la película deja un sabor bastante agrio y decepcionante para los que como yo,
son leales seguidores de la saga de Tolkien.
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