La muerte desde siempre ha sido la incógnita
que ha mantenido en vela al ser humano. La pregunta de qué habrá después es una
de las fuentes de nuestro mayor temor. El hecho de que no haya nada implica
para nosotros mucho más que la mayor de las oscuridades, pues significaría, sin
lugar a dudas, que nuestra vida no es más que un pequeño lapso de tiempo sin
ningún sentido.
No podemos concebir la idea de que nosotros,
los seres humanos, los reyes indiscutibles del mundo, no tengamos ningún
sentido.
Muchas son las teorías e hipótesis en torno a
la muerte y lo que viene detrás. A mí, particularmente, me gusta una que obtuve
hace varios años a consecuencia de un libro considerado como objeto de
entretenimiento para el público juvenil.
Es verdad que, escondido en la historia de
cómo una adolescente tiene que superar su propia muerte, con las vicisitudes y
sentimientos encontrados y turbulentos que estas edades implican, queda un
tanto alejada del punto principal, como si le restaran importancia. Pero el
caso es que la teoría sigue ahí.
En otro lugar representa la muerte no como un
final, sino como una segunda etapa en todo un ciclo vital. Tranquilos, esto no
es un spoiler, porque es lo que se presenta prácticamente desde las primeras
páginas. Cuando morimos nos dirigimos a un nuevo mundo, separado de la realidad
que conocemos, por un ancho río. Allí, existimos los años que hemos llegado a
cumplir en la etapa anterior. Sin embargo, los pasamos al revés. Es como un
ejemplo de El curioso caso de Benjamin
Button. En vez de seguir envejeciendo, los personajes se van volviendo más
jóvenes.
Esa segunda etapa se concibe como una
oportunidad que te brindan para arreglar todos los errores de tu vida (no
comenzando desde cero, como ocurriría con la reencarnación y el karma, en cuyo
caso ni siquiera recordarías dicho errores, por lo que sería muy difícil remediarlos).
Puedes ser lo que quieras y hacer lo que
quieras, todas tus malas decisiones puedes remediarlas y empezar de cero no
volviendo a caer en las mismas trampas. Y lo que es mejor, puedes volver a ver
o incluso conocer a gente, parientes, que creías perdidos y que pensabas que
nunca volverías a ver, eso sí, con la contrapartida, igualmente dolorosa, de no
volver a entrar en contacto con los que aún quedasen con vida.
Todo esto lo vamos viendo y conociendo de mano
de la protagonista, Liz, la joven de quince años que no puede aceptar que su
vida haya terminado tan pronto. No lo considera justo ni razonable y desde
luego no puede soportar la idea de no volver a hablar con sus padres ni su
hermano. Transida por el dolor, le costará recuperarse, pero cuando lo hace,
llega a descubrir las maravillas de esa otra etapa de su ciclo vital.
Por otra parte, hay algo a tener en cuenta
con esta novela. Tiene una bonita hipótesis sobre el después, pero no sobre el
final auténtico, que es lo que realmente nos provoca pavor. Me explico. En otro lugar, una vez que recorres de
vuelta toda tu vida, una vez que vuelves a ser un recién nacido, ni siquiera
con un día de vida, te envían nuevamente por el río y cuando lo atraviesas
renaces.
Sí, se trata de una bonita historia, una
concepción extraña pero aceptable. Sin embargo, al final no explica nada. Al
menos nada de lo que nos interesa y preocupa. Pero bueno, cabría tenerla en
cuenta para apaciguar algunas de nuestras largas noches en vela.
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