Últimamente se ha venido desarrollando una
visión mucho más magnánima de un ser que hasta hacía poco era señal de muerte y
oscuridad. Los vampiros siempre han sido horribles criaturas diabólicas y nocturnas
que vagaban sin rumbo secuestrando jóvenes y hermosas doncellas para
alimentarse de su sangre.
Sin embargo, últimamente nos encontramos con
la idea de vampiros reformados, que lo único que pretenden es encontrar su
sitio en la sociedad. Prueba máxima de ello son las novelas de Charlaine Harris
que forman parte de su saga Vampiros
Sureños. Posiblemente al gran público le resulte más fácil reconocerlas si
hacemos referencia a la serie de la que son origen, True Blood.
Representan el grado más alto de integración,
en el que, no solo pretenden dejar de ser criaturas de pesadilla, sino que se
dan a conocer junto con su propósito de convivir sanamente y sin problemas
entre los humanos. Todo gracias a un tipo de sangre sintética que evita que los
segundos se conviertan en la comida.
Sí, los vampiros dejan de ser protagonistas
de películas de terror para convertirse en seres reales que caminan entre
nosotros. Y a ellos se les unen miles de seres fantásticos más.
Todo gira en torno a la protagonista, Sookie Stackhouse,
una joven camarera que es capaz de leer los pensamientos de las personas y que
desde que los vampiros salieron a la luz no ha deseado otra cosa que no fuese
conocer a uno de ellos. Desde que Bill Compton, vampiro desde la Guerra de
Secesión, entra en el pequeño bar en el que trabaja, no solo conocerá a un
sinfín de estas criaturas, sino que se convertirá en un pieza clave de su juego
de poder y dominio.
¿Qué es lo que destaca de estos libros? Que,
dejando aparte el hecho de que los seres fantásticos formen parte de la vida de
los humanos como si tal cosa, tras varias diferentes novelas en las que los
vampiros eran seres indestructibles (como en la saga Crepúsculo), o en las que con un simple anillo hechizado podían
salir a plena luz del sol (como en Crónicas
Vampíricas), volvemos a la idea inicial, heredada de la obra de Bram
Stoker, Drácula, de que los vampiros
se queman, como hojas secas, con la luz del sol, que durante el día duermen
como si estuviesen muertos y que con una simple estaca de madera, clavada
convenientemente en el corazón, podemos darles muerte.
Basta ya de vampiros duros como la piedra,
que brillan como el diamante cuando les da la luz y que pueden salir por el día
como si tal cosa. Por lo menos las obras de Charlaine recuperan esa esencia
inicial.
Por otra parte, se trata de libros cortos,
muy fáciles de leer, que apenas si te roban una pequeña porción de tiempo,
fantásticos para el entretenimiento. Eso sí, son tan cortos, tan cortos, que
para adaptarlos a la televisión han tenido que añadir bastantes cosas de las
cuales en ellos no hacen ninguna mención. En general, lo sustancial de las
obras lo mantienen, pero en cada temporada han ido añadiendo algún detalle o
trama del cual no tenemos conocimiento solo con la lectura de los libros.
Y ya el colmo de las invenciones ha sido la
quinta temporada, en la que sí que han creado una historia que nada o casi nada
tiene que ver con la ideada por la autora. Como sigan así, lo que van a
conseguir es destrozar todo el hilo de la narración.
Pero bueno, mientras los vampiros sigan
siendo vampiros, y no unos híbridos que se me hayan ido ideando, al menos los libros
seguirán despertando mi interés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario