martes, 1 de julio de 2014

Día 1

“¡Qué verde!” es el primer pensamiento que te pasa por la cabeza cuando sobrevuelas las vastas extensiones de vegetales de ese pequeño país llamado Panamá, del que todos hemos oído alguna vez hablar aunque solo sea por su famoso canal. Sin embargo, desde el avión, en uno de esos giros inclinados no se puede apreciar realmente la belleza del lugar.
Una amiga me dijo antes de venir “Por favor, que todas tus fotos no sean de paisajes”, pero ciertamente, cómo no voy a intentar inmortalizar este maravilloso paraje, del que muy pocos saben. Eso sí, ninguna foto puede igualar la belleza natural, no al menos, las que yo haga. Al ser un territorio conocido ínfimamente, su pureza es mucho más inmortal que cualquier foto con el que se intente retratarlo.
En medio de esa marea verde, auténtica marea verde, se encuentra Panamá Ciudad. Una ironía, si se la puede llamar así, en medio de un país en el que viven en pequeñas casitas, pueblos dispersos, en los que cada familia tiene su pequeño cultivo de árboles frutales y los de más suerte, unas cuantas gallinas y animales de corral diversos. Panamá es una gran ciudad en la que en un recodo te puedes encontrar grandes rascacielos y edificios de lo más moderno y al siguiente auténticos barrios de chabolas. Miseria y riqueza, todo unido en esta ciudad, donde la gente, cuanto menos es maja y cuanto más cariñosa, amigable y confiada. Pero bueno, eso es una constante en ese país, más incluso en las regiones limítrofes, como San Félix, pueblo que nos acoge.
Del hotel no os voy a hablar. Es algo corriente y normal en nuestras vidas. Todos hemos pasado alguna noche en este tipo de establecimientos de lujo, con gran cantidad de servicios y comodidades. Lo único que vale la pena decir es que nos proporcionó el descanso que necesitábamos para la auténtica aventura, que comenzó al día siguiente.
(P.S.: las fotos las iré subiendo a medida que las vaya haciendo, es decir, cuando me quede tiempo para ello ;))

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