lunes, 14 de julio de 2014

Día 14

Las Lajas nos esperaba. Ese día tocaba enseñar algo de gramática, después de tantos días dando vocabulario. Por lo menos que aprendan a construir alguna frase, por muy sencilla que esta sea.
Como siempre, dar clase a los de cuarto fue un auténtico placer. Cada día son más participativos, más atentos y por lo menos se acuerdan de alguna que otra palabra. No me puedo quejar porque por lo menos escuchan. Ahora entiendo muy bien a mis profesores cuando se desesperaban por mi charla constante en clase.
Luego llegó quinto. Ay los de quinto. Desde luego no se esperaban lo que entró ese día por la puerta. A ver, no me volví un ogro, eso nunca. Pero sí tengo fama de borde (muy borde cuando me apetece) y fue eso lo que utilicé para imponerme en esa clase. Ellos no tenían ganas de aprender, pues yo no tendría ganas de enseñar. Ya no había ni sonrisas ni ayudas en los repasos. Ni se podía comer, ni se podían levantar sin mi permiso. Para ir al baño era necesario que preguntaran primero (a todos les decía que sí, claramente) pero nunca podía haber más de uno a la vez fuera de clase.
A medida que pasaba la hora me di cuenta que poniéndose un poco dura con ellos se portan mejor. Así ya saben lo que hay. Empezaron también a participar más e incluso conseguí que el niño que no me tomaba en serio y que hacía lo que le venía en gana copiara también lo que había apuntado en la pizarra.
Con los de sexto, igual que con los de cuarto. Tanto me gusta esa clase que es con los que más tiempo estoy. Se me pasa la hora sin apenas darme cuenta. En ese aula está Ian, es el rebelde de la clase, pero también el que más gracia me hace. Es un Don Juan, o por lo menos lo será cuando crezca un poco. Es guapete, tiene carisma y encima presumido. Hasta lleva un peine a clase. Por favor, pero ¿qué niño de 12 años lleva un peine?, es más, ¿qué niño de 12 años se peina? El caso es que ese día se enfadó porque decidió que ya no quería participar en el juego que yo había preparado. A lo que sus dos amigos, los que siempre le siguen a todos lados, se levantaron con toda la intención de imitar sus pasos. A lo que les dije que si Ian era su jefe. Claramente me contestaron que no. Entonces les pregunté “¿Y por qué hacen siempre lo que él les dice?” Directamente cogieron y se volvieron a sentar en el círculo para seguir jugando.
El otro se quedó cabizbajo al final de la clase y solo cuando ya se estaba acabando el tiempo conseguí que participara. Sé que soy idiota por preocuparme. Al fin y al cabo estaba intentando llamar la atención y encima se estaba haciendo la víctima… Llegué a una conclusión: definitivamente va a tener a las chicas comiendo de la palma de su mano.
Cuando salí Teresa ya estaba esperándome. Estaba verdaderamente muy cabreada. Su última clase esa con los de tercero. Por lo que me contó, habían elegido ese día para comportarse como animales de corral, haciendo lo que les venía en gana, sin escuchar, aprender o hacer bien las actividades que tanto les gustaban. Agotada la paciencia, Teresa, muy digna, les echó un rapapolvo digno de admiración. Tras lo cual, salió de la clase sin mirar atrás. (Si hubiese mirado habría visto un aula donde reinaba un silencia sepulcral, llena de caras tan tristes y compungidas como si se fuera a acabar el mundo).
Para el “Sedán” ese día sí que íbamos de lo más preparadas. No podíamos fallar porque llevábamos… ¡UN BINGO! Gracias a Dios acertamos, aunque solo a medias porque el caso es que alguno de los ancianitos no sabe leer ni conoce los números, otros están ciegos o no ven bien … así que con la tontería me vi haciendo tres cartones y ninguno era mío. Eso sí, le conseguí un rosario al señor Carlos por hacerle una línea. Si es que tengo manos de santo.
Uy uy y deberían haber visto a las señoras. Como se picaron con el juego. Estaban obsesionadas con conseguir un rosario. Hasta tal punto fue así que llegaron a enfadarse entre ellas porque algunas consiguieron tres y  otras, ninguno. Bueno al final pasaron una buena tarde. Hicimos bingo con el bingo.
Ya terminando la tarde, cancha. Madre mía cómo nos reímos esa tarde. Conocimos a Laura, aunque tiene como apodo Emanuel. Según sus propias palabras: “Mi nombre es Laura, pero todo el mundo por aquí se empeña en llamarme Emanuel”. Por si aún no lo habéis deducido es transexual. Que show de persona, ella sola se montaba la fiesta. Que si su nueva colonia Agua de Jamaica (ron que estaba bebiendo), que si el Parlamento de la cancha, que si la cobra que te mira… menudo espectáculo. Eso sí, más culta no podía ser. Se conocía todas las capitales europeas, el funcionamiento de la UE… nos dejó sorprendidas en todos los aspectos. Como se suele decir, no hay que dejarse engañar por las apariencias.
Lo malo de ese día es que al ir a la cancha ya no pudimos disfrutar de una opípara cena a lo español. Pero bueno, ya conocen la frase hecha, en esta vida no se puede tener todo. 

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