Era viernes, y como no teníamos nada más
planificado, nos dedicamos a visitar nuevas casas. Nuevas vidas y nuevas
historias. Lo cierto es que lo que más nos gusta de esta actividad en
particular es poder conocer a gente tan variopinta.
Así acabamos en la casa de la “Yiya” donde
pudimos ver a su familia (que no está muy claro que sean realmente sus
parientes de sangre o simplemente que la hayan acogido en su hogar). Viven al
final de una larga calle, justo en el punto donde el asfalto da paso al camino
de tierra, en una casa muy pequeña y que se ve bastante desordenada y
deteriorada. En este lugar habitan cinco personas, cuatro mujeres y un niño de
apenas 4 años, hijo de una de ellas, sorda y con ciertos síntomas de autismo. Por
lo menos a esta familia pudimos llevarle un poco de alegría, o al menos de
recursos. Pero desde luego el mejor parado fue el pequeño, que recibió ese
colorido camión que se ve en la foto. Quizás el único juguete decente que
tenga.
La segunda casa fue la de Alison, una niña de
14 años que tiene un hijo que apenas si roza los tres meses, Luis Ángel. Ambos
viven con los hermanos de Alison-la más pequeña solo tiene dos años-y con la
madre de esta, que es abuela con solo 29. Quién lo diría, esa edad es a la que
se tienen hijos en España. Alison ha abandonado la escuela para poder ocuparse
de su bebé durante el primer año, aunque asegura que el próximo pretende
retomar sus estudios. Del padre poco o nada se sabe, aunque como dicen algunos,
casi mejor. En general, aparte de Alison, la que realmente cuida al pequeño es
la abuela, con algo más de experiencia y que afirma que actúa de ambas cosas,
tanto de madre como de abuela.
Luego nos paramos a visitar a la señora
Irene. Esta mujer apenas puede valerse por sí misma. No camina y los brazos los
utiliza muy malamente. Se pasa la vida sentada junto a la puerta de su casa,
viendo los días pasar y con un loro como única compañía, que otro cosa no, pero
de meter ruido sabe un rato. Ahora mismo se está intentando mejorar un poco su calidad
de vida construyéndole un baño a su altura y que pueda utilizar con sus propios
medios. Se trata de un proyecto todavía en desarrollo. Sin embargo, a pesar de
ser una persona claramente limitada y con grandes dificultades, siempre tiene
una sonrisa en la cara y lo cierto es que quiénes la conocen no pueden decir
que la hayan visto nunca triste.
Helen y Mario, menudos micos. Corriendo todo
el rato de aquí para allá para enseñarnos a su hermanito de unos pocos meses,
escondiéndose continuamente en el “armario” solo para salir eventualmente con
el fin de enseñarnos algún tesoro escondido, como lo es, en efecto un zapato. Helen
ya tiene seis años, por lo que lo normal sería que acudiese a la escuela. Sin
embargo no lo hace por dos razones. La primera, porque a su indomable espíritu
no le gusta estar encerrado (como demuestra el hecho de que se escapara del
colegio los primeros días y volviese andando y sola a su casa. Aclaración, su
casa no está cerca). Y la segunda porque el taxista encargado de llevarla a
casa no está dispuesto a hacer un viaje solo por ella. El problema es que los
pequeños tienen un horario más corto y en el caso de que se quedara a esperar a
los mayores, Helen tendría que esperar dos horas todos los días, sola, al
taxista. Aquí no parece que haya servicio de comedor o guardería para ocuparse
de los niños cuando los padres no pueden ir a recogerlos.
La última visita del día fue a Itzela, una
niña de 18 años que también tiene síndrome de down. Es un encanto y muy muy
cariñosa. En seguida te abraza y te da besos. Para alegrarle el día le llevamos
unos cuantos regalos: una Barbie, un cuaderno y unos pocos jabones (estos
últimos para su padrastro, que según ella no lo quiere abrazar porque está muy
sudado y huele mal). Por lo general pasa el día sentada en el porche, viendo a
su madre y a su padrastro trabajar, e incluso a veces también les ayuda. Dentro
de lo que cabe se puede decir que es una chica con suerte.
Para acabar el día volvimos a la cancha a
probar suerte de nuevo y… ¡BINGO! Conseguimos jugar. No tuvimos ni que hacer la
dificultosa y caótica pregunta porque los jóvenes que estaban allí, antes de
que pudiéramos hablar ya nos invitaron a formar equipo con ellos. Fue una buena
tarde, nos pasamos cuatro horas jugando, hasta las diez de la noche (no os
penséis, aquí las diez es mucho tiempo, teniendo en cuenta que se hace de noche
a las siete). Sí, con lo bien que nos lo habíamos pasado nos fuimos con toda la
intención de volver todas las tardes, aunque luego las cosas no salieron como
planeamos.
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