martes, 1 de julio de 2014

Día 2

Este segundo día fue cuando auténticamente vimos Panamá. Desde luego un viaje en autobús de seis horas da para mirar por la ventanilla. Me acuerdo exactamente de en qué momento me enamoré de este lugar. Cuando llegamos a la zona de las montañas. Paredes verticales flanqueaban la carretera, rebosando a más no poder de árboles que salían de la tierra en posiciones imposibles. Es en este momento cuando te das cuenta realmente que estás en medio de la selva.
También fue al terminar dicho viaje, cuando eres consciente de a qué es lo que más te va a costar acostumbrarte. El calor, o más bien, la humedad. Lo notas por todas partes invadiendo cada poro de tu piel, y es cuando dejas de tener el alivio del aire acondicionado cuando ese inconveniente se hace más presente. Sobre todo a los europeos en general y a los españoles en particular, acostumbrados como estamos a un clima mucho más seco.
De todas formas es un problema al que pronto se acostumbra uno, y si no, el hecho de poder vivir aquí entre todas estas gentes y en este paraíso merece el esfuerzo con creces.
San Félix, es la siguiente parada de nuestro viaje, donde vamos a vivir todo este mes. En el viaje en autobús ya habíamos pasado por varios pueblos, todos se nos presentaban bastante parecidos. Un conjunto de casas, dispuestas una al lado de otra, rodeando la carretera. Así es como nos pareció, la primera vez que lo vimos, el pueblo de San Félix. Pero decir que todos los pueblos panameños son iguales es como decir que los españoles también lo son, solo por el hecho de que estén dispuestas las casas en torno a la iglesia, con un lugar privilegiado en el centro.
De lo primero que te das cuenta es en verdad, de que sí es un pueblo alargado, pero no son solo dos hileras de casas, cada una a un lado de la carretera, sino que hay distintas zonas, barrios y regiones, dentro del propio pueblo. Lo segundo que se puede apreciar es que las casas son muy diferentes. De unas que son auténticamente bonitas y mucho más acogedoras de lo que yo haya visto, pintadas de distintos colores y muy variopintas, a otras que literalmente se caen a pedazos.
Por lo menos nosotras hemos tenido suerte, y el lugar en el que nos han acogido, como dice el Padre Julián (según él, nuestro padrino), estamos en una casa de una estrella (aunque nosotras lo hemos aumentado, le hemos puesto dos), en un paraje de cinco. 
(Por cierto, cuando hablo en plural es porque aquí no solo estoy yo, sino que en el viaje también me acompaña Teresa, a quien le interesaba, igual que a mí conocer la tierra y la forma de vida de Panamá)

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