Este segundo día fue cuando auténticamente
vimos Panamá. Desde luego un viaje en autobús de seis horas da para mirar por
la ventanilla. Me acuerdo exactamente de en qué momento me enamoré de este
lugar. Cuando llegamos a la zona de las montañas. Paredes verticales flanqueaban
la carretera, rebosando a más no poder de árboles que salían de la tierra en
posiciones imposibles. Es en este momento cuando te das cuenta realmente que
estás en medio de la selva.
También fue al terminar dicho viaje, cuando
eres consciente de a qué es lo que más te va a costar acostumbrarte. El calor,
o más bien, la humedad. Lo notas por todas partes invadiendo cada poro de tu
piel, y es cuando dejas de tener el alivio del aire acondicionado cuando ese
inconveniente se hace más presente. Sobre todo a los europeos en general y a
los españoles en particular, acostumbrados como estamos a un clima mucho más
seco.
De todas formas es un problema al que pronto se
acostumbra uno, y si no, el hecho de poder vivir aquí entre todas estas gentes
y en este paraíso merece el esfuerzo con creces.
San Félix, es la siguiente parada de nuestro
viaje, donde vamos a vivir todo este mes. En el viaje en autobús ya habíamos
pasado por varios pueblos, todos se nos presentaban bastante parecidos. Un
conjunto de casas, dispuestas una al lado de otra, rodeando la carretera. Así
es como nos pareció, la primera vez que lo vimos, el pueblo de San Félix. Pero decir
que todos los pueblos panameños son iguales es como decir que los españoles
también lo son, solo por el hecho de que estén dispuestas las casas en torno a
la iglesia, con un lugar privilegiado en el centro.
De lo primero que te das cuenta es en verdad,
de que sí es un pueblo alargado, pero no son solo dos hileras de casas, cada
una a un lado de la carretera, sino que hay distintas zonas, barrios y regiones,
dentro del propio pueblo. Lo segundo que se puede apreciar es que las casas son
muy diferentes. De unas que son auténticamente bonitas y mucho más acogedoras
de lo que yo haya visto, pintadas de distintos colores y muy variopintas, a
otras que literalmente se caen a pedazos.
Por lo menos nosotras hemos tenido suerte, y
el lugar en el que nos han acogido, como dice el Padre Julián (según él,
nuestro padrino), estamos en una casa de una estrella (aunque nosotras lo hemos
aumentado, le hemos puesto dos), en un paraje de cinco.
(Por cierto, cuando hablo en plural es porque aquí no solo estoy yo, sino que en el viaje también me acompaña Teresa, a quien le interesaba, igual que a mí conocer la tierra y la forma de vida de Panamá)
(Por cierto, cuando hablo en plural es porque aquí no solo estoy yo, sino que en el viaje también me acompaña Teresa, a quien le interesaba, igual que a mí conocer la tierra y la forma de vida de Panamá)
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