En el Paraíso, como siempre y como parece
indicar su nombre, todo fueron juegos y diversión. Aunque esto, que ya es
típico, se ensombreció cuando Kelly volvió de una de las muchas carreras con la
camisa llena de tierra. Cabizbaja se sentó y ya no quiso levantarse para seguir
jugando. No iba a dejarla allí sin más. Así que me acerqué para convencerla de
que siguiera participando. Le dije que era una manchita de nada, que eso se
quitaba rápido.
A lo que ella me contestó “si voy manchada mi madre de pega”. Y así me quedé, sin saber qué contestarle. No iba a decirle que no se preocupara, que eso no iba a pasar, porque seguramente su vaticinio se iba a hacer realidad.
A lo que ella me contestó “si voy manchada mi madre de pega”. Y así me quedé, sin saber qué contestarle. No iba a decirle que no se preocupara, que eso no iba a pasar, porque seguramente su vaticinio se iba a hacer realidad.
No me había dado cuenta hasta ese momento
que, a pesar de ser niños de lo más alegres y dicharacheros, viven una infancia
bien diferente a la nuestra. Y se trata de una infancia que no es precisamente
fácil.
En el “Sedán” lo de siempre. Les organizamos
un juego, que en este caso, a diferencia de otras tardes, tuvo bastante éxito.
La base era simplemente dibujar. La dificultad, que debían hacerlo con los ojos
cerrados. Cosas tan sencillas como una casa, un árbol, nubes y flores se
convertían o bien en un borratajo o bien en una auténtica obra de arte moderno.
Pero a pesar de nuestro afán por entretener a
los ancianitos durante esas horas muertas, lo cierto es que en los últimos
días, más que hacer todo tipo de actividades, lo que prefieren es conversar con
nosotras y simplemente que les hagamos compañía. Al final lo que más valoran es
alguien que les escuche.
Terminado el “Sedán”, como siempre, les
llevamos a cada uno de ellos a su casa. ¡Ay, pero que odisea! Elvin no estaba y
nos había dejado en las manos, no tan seguras, de Juan, otro empleado de la
Fundación. Iba como si nos persiguiese una manada de lobos. Y encima se
distraía y veías como el autobús giraba ligeramente hacia la derecha (no es por
parecer egocéntrica o presuntuosa, pero nosotras estábamos a la derecha, no sé
yo con qué se distraería…). Teresa y yo nos mirábamos como diciendo, “encantada
de haberte conocido”.
Por gracia divina fuimos capaces de dejar a
todos y nosotras de llegar sanas y salvas a la fundación. Tuvimos el tiempo
justo para ducharnos y salir hacia el barrio de Silimín, donde celebraban el
día de su patrona, La Virgen del Carmen. Fue un día de misa y procesión (y
finalmente cena, arroz con pollo), al que acudimos por sociabilizarnos con el
resto del mundo, pero lo cierto es que nos divertimos muchísimo. Sobre todo con
los niños, que son unos cachondos. “ay jajaj”… “os contamos un secreto, pero
tenéis que prometer que no se lo diréis a nadie”… “a Oliver le gustáis”. Dos aclaraciones.
Primera: para que lo escrito en la línea anterior tenga gracia hay que
imaginárselo con voz de falsete. Segunda: aún no tenemos ni idea de quién es
Oliver.
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