Otro domingo más. Se puede decir que ya
estamos completamente metidas en rutina. De tal manera que esa jornada, como en
la de hacía una semana, tocaba misa y después playa. El punto diferente, que la
misa en lugar de ser en San Félix fue en Las Lajas. Al tratarse de otra
congregación era necesario que el Padre Julián volviese a presentarnos, sin
embargo, por suerte o por intervención divina, en el momento crítico, la única
oportunidad para hacerlo, se olvidó por completo de nosotras. La verdad, un
alivio.
Después de la misa tocó almorzar. Eso sí, no
olvidamos primero hacer una visita a la hospedería. Es una especie de recinto
donde las embarazadas gnobes esperan ya los últimos días antes de dar a luz. El
objetivo es evitar que lo hagan en casa, con los riesgos que eso supone o que
les dé por andar el camino desde su hogar (pueden ser horas), ya cuando les dan
las contracciones, hasta el hospital. El caso es que era una parada necesaria
antes de comer porque celebraban un acontecimiento especial: ¡Inauguraban el
comedor! La hermana Cecilia (la responsable de esa parte de la Fundación)
estaba bastante ilusionada con ello y por eso nos invitó a acompañarla (además
nos encomendó cortar la tarta; una tarea que parecía de prestigio por como lo
mencionó).
Una vez acabada esta tarea ya por fin pudimos
disfrutar de una rica comida mitad colombiana, mitad panameña. Esto fue así
porque las hermanas nos habían invitado a comer, y todas ellas (ahora solo hay
dos, aunque por lo general son tres) provienen de Colombia. Así que se puede
decir que nos pusimos las botas. Desgraciadamente no teníamos allí ninguna
cámara para que podáis ver la pinta que tenía nuestro plato.
Y cómo no, para bajarlo y además siguiendo
con la reciente tradición, nos fuimos a la playa. El cielo estaba cubierto de
nubes, cada vez se volvía más oscuro. Una vez dado el típico paseo y disfrutado
un rato de las olas, nos sentamos en un tronco que había sobre la arena para
ver cómo la tormenta avanzaba desde las aguas, acercándose cada minuto un poco
más. Parece que al final abandonamos la playa justo a tiempo.
Aparte de por las nubes el cielo se fue
oscureciendo progresivamente y a pasos agigantados. Debéis saber que aquí,
hacia las siete de la tarde ya es noche cerrada. Está oscuro como boca de lobo.
En esas estábamos cuando dejamos a nuestras espaldas el sonido del mar y la
brisa marina, sin embargo, aún aguantó el día un poco más, respetando otra de
nuestras recientes tradiciones: la de comernos un helado en el chiricream
(heladería italiana) al volver de la playa. Se puede decir que sí, fue un
auténtico domingo de relax y descanso.
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