Si el jueves fue la fiesta del niño en la
Comarca, el viernes lo fue en Las Lajas. Así que allí nos dirigimos para ver la
celebración. Estos tuvieron más suerte, porque un sol radiante brillaba ese día
en el cielo. Todos los niños iban disfrazados, principalmente de vaqueros. Sin
embargo, los más pequeños (lo niños kínder, como aquí los llaman) parece que
tenían más libertad para elegir los trajes. Allí vimos princesas, brujitas,
hadas…
Sin embargo hay algo que no nos gustó de esa
jornada. En Panamá tienen por costumbre elegir reinas de los distintos cursos.
Y ese día paseaban por el pueblo a la afortunada elegida y a las candidatas.
Las subían en coches y ellas saludaban desde allí. La cosa ya está mal en sí
misma, pero lo peor fue cuando vimos a una niña de apenas cinco años vestida
como esas despampanantes chicas del carnaval brasileño, que se caracterizan, precisamente,
por llevar poquísima ropa. Aquí, fomentando desde la más tierna infancia eso de
la mujer-objeto. Luego se preguntarán por qué hay tanta chica embarazada a los
dieciséis y tantos abandonos.
El resto de la mañana se basó principalmente
en comer y participar de distintos juegos. Tanto Teresa como yo conseguimos
hacernos una foto con los “pasotas” y “rebeldes” de nuestras respectivas
clases. Hasta Ian se hizo una conmigo. Además, casi por azar, me enteré de que
les parecía muy buena “teacher” y muy “pretty”. Todo gracias a Teresa, quien es
muy buena sonsacando información. Bueno, por lo menos así me da la sensación de
que lo que hacemos sirve para algo, para divertirles.
En el “Sedán” fue un día tranquilo. Se van
notando las semanas y eso de dormir cada día menos. De tal manera que cuando
llegan las doce, la hora de hacer la visita de rigor a los adultos mayores,
estamos tan cansadas que nos movemos nosotras menos que ellos. Eso de que la
juventud es cada vez menos activa debe de ser verdad, porque algunos de
nuestros ancianos tienen mucha más vitalidad.
Lo mejor ya fue por la tarde. Ese día tocaba
¡CIRCO! Era a las siete en Las Lajas y allí fuimos de cabeza. Lo mejor también
en este caso fue que fuimos solas, y solas tuvimos que sacarnos las castañas
del fuego. La ida fue fácil, pasaban muchos taxis. La vuelta fue más
complicada, no pasaba ni uno. Aunque al final conseguimos regresar sanas y
salvas y lo cierto es que el rato de desamparo que vivimos valió la pena. Fue
un espectáculo genial, todo basado en bicis. Desde la más pequeña del mundo
hasta la más grande habían venido a parar a Panamá. Todo el circo lo montaban
dos personas, un brasileño de lo más vivaracho y su hijo. Consiguió mantener la
atención del público incluso en un momento crucial cuando se fue la luz en el
pueblo. Nota importante, yo fui uno de los puntos con los que consiguió
mantener dicha atención. Básicamente se dedicó a darme una vuelta en su moto
por la cancha. Desde el primer momento se había fijado en nosotras, ya sabíamos
que alguna de las dos acabaría en el escenario. Dos blanquitas entre un mar de
gente cuanto menos morena, desde luego que son carne de cañón.
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