Una de las principales características de
estas gentes es lo muy religiosas que son. Por ello el domingo nos encontramos
a casi todo el pueblo en la Iglesia (o por lo menos a mí me pareció todo el
pueblo, aunque escuchando la conversación entre los dos padres, Julián y Adonaí,
parece que no acudió mucha gente).
Fue una misa llena de cantos, participaciones
y bastante dinámica. Será eso junto con su increbrantable devoción lo que hace
que tantos acudan a misa. Sin embargo, también la liturgia conllevó su momento
de engorro, sobre todo para Teresa y para mí, cuando al Padre Julián no se le
ocurrió otra cosa más que presentarnos. ¿Alguna vez os habéis tenido que
presentar ante una congregación de fieles? Claro que sí, al menos al hacer la
comunión o celebrar tu boda. La diferencia es que para ambas cosas tienes meses
e incluso años de preparación, mientras que para esto tuvimos apenas medio
minuto.
La ventaja, que al menos nos conocieron y
parecieron muy predispuestos a seguir el mandato de Julián de que nos ciudaran
y nos dieran la bienvenida. No viene mal eso de hacer amistades, sobre todo si
estás en un país extranjero.
He de añadir, por otro lado, que la vergüenza
que nos hizo pasar nuestro padrino por la mañana, nos lo compensó con creces
por la tarde, cuando nos llevó a ver el PACÍFICO (lo escribo en mayúsculas
porque el nombre lo merece). Teníamos ante nosotras la mayor extensión de agua
del mundo y rodeándonos kilómetros y kilómetros de una playa desierta en ambas
direcciones. Nada que ver con las zonas costeras españolas, donde tienes suerte
si consigues un rectángulo de arena para colocar la toalla. Palmeras,
cocoteros, y todo tipo de plantas tropicales se extendían en otra manta verde
rodeando una playa de arena oscura, salpicada aquí y allá de agujeros que
escondían cangrejos y conchas que en ocasiones todavía seguían pegadas a su
portador. Tierra virgen fue lo primero que pensé lo segundo, que parecía un
paraíso sin explotar.
Por supuesto también probamos el agua. Con cuidado
y solo metiéndonos hasta un poco más de las rodillas, con el Padre Julián
vigilándonos desde la orilla, ya que como él mismo dice, el PACÍFICO, de
pacífico poco tiene. Incluso ese domingo que no estaba tan embravecido nos
arrastró varios metros del lugar por el que nos habíamos metido.
Salimos encantadas y sintiendo que habíamos
hecho algo especial, habíamos probado un tesoro, que muy pocos españoles han
degustado y que no estoy muy segura de que los panameños sepan que tienen.
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