Comienza una nueva semana, la segunda de esta
experiencia. Ya estamos completamente metidas en rutina. Ese lunes nos tocaba
regresar a la escuela del Paraíso. Estábamos expectantes por volver a ver a los
niños, porque hacía ya una semana que no lo hacíamos. Para nuestra desgracia,
el miércoles anterior su profesora (también su directora) había decidido no
abrir la escuela porque tenía otras cosas que hacer que, al parecer, eran más
importantes. Ahí se ve lo bien que se toman la educación en algunos sectores.
Pero lo cierto es que su asignatura preferida
es el recreo. Como a todos, supongo, cuando se tiene diez años. Sin embargo, en
esta ocasión sí diversificamos los juegos. Hubo fútbol, escondite y otro que se
llama “el ratón y el gato”. Lo único que se necesita para aprobar el recreo es
tener batería suficiente. Os puedo asegurar que todos tienen un diez. Madre
mía, son agotadores.
Fue con los bailes con los que acabamos esa
jornada de clase. Después de eso un taxi, conducido por Franklin, un hombre de
lo más agradable, nos llevó a Sabanita, zona ya cercana a la Comarca, donde
viven los indígenas. Allí estaban los ancianos del “Sedán” haciendo una pequeña
excursión. Los encontramos repartidos en varios bancos en lo que parecía una
especie de iglesia evangélica al aire libre. Era un paraje precioso, lleno de
verde vegetación (tan típica de Panamá) cercano a un río. Típica escena de película.
Además luego nos llevaron, dando un paseo,
hasta un puente colgante, sobre el curso de agua, que ya lleva hacia la zona
gnobe. A partir de ahí solo se puede ir andando, ni coches, ni carros, ni
caballos. El puente es muy estrecho, en el que apenas si caben dos personas, y
está suspendido sobre el agua, de tal manera que al dar los pasos sobre él
notas como se balancea de arriba abajo. Da auténtico vértigo. Es la frontera
entre el área de los latinos y el de los indígenas, un mundo completamente diferente,
ya que aunque está dentro de Panamá, la Comarca tiene sus propias leyes,
tradiciones y forma de gobierno. Ir allí fue una auténtica experiencia dentro
de LA EXPERIENCIA. Al final del día íbamos a volver a la cancha para evitar que
se olvidasen de nosotras. Pero en estas que nos vio por allí sentadas nuestro
vecino americano Bob. Ese día estaba hablador, así que se sentó, y con la
tontería estuvimos conversando hasta las ocho y media. No pudimos ir a jugar a
vóley pero en su defecto tuvimos una clase de inglés improvisada. El cambio no
estuvo mal del todo.
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