Tocaba otra vez Las Lajas. A dar inglés como
cosacas. En realidad no. Vamos a un ritmo bastante lento, porque son niños que
no han dado de esta asignatura demasiado, así que el nivel es muy bajo.
Como en todas las clases (imagino) hay de
todo. Niños que quieren aprender, atienden y son atentos y otros que lo único
que buscan es llamar tu atención dando el cante, no mostrando ningún tipo de
interés o atención y encima distrayendo a los demás (ahora entiendo a mis
profesores cuando se enfadaban conmigo por hablar). El problema de estos
últimos es que te desesperan y acabas por prestarles más atención que a los que
están al pie del cañón. Yo he optado por pasar de los primeros. Sé que no está
bien. Pero yo no he venido a entretener a nadie, sino a intentar dar clase y
enseñarles algo. Si no lo quieren aprovechar es cosa suya. Sí, tengo poca
paciencia.
Por eso me encantan las clases de cuarto y
sexto. No saben mucho pero se nota que les gusta, que disfrutan con los juegos
que Teresa y yo les preparamos (los cuales surgen después de largas tardes
comiéndonos los sesos, buscando una forma de enseñar que no sea una petardada).
Si tenemos suerte, conseguimos que se aprendan alguna palabra sin tener que mirarla
en el cuaderno, en su defecto, por lo menos pasan un buen rato.
Y por esta misma razón me agobio cada vez que
llegan las 11. Es la hora que me toca la clase con los de quinto. Entras y como
si no lo hubieses hecho, como si siguiesen solos en el aula. Luego están
desganados, nadie sale voluntario, todo les aburre. Es horrible. Y te desanima.
Y aunque haya dos o tres que quieran participar o aprender algo, se dejan
llevar por la presión de grupo y se comportan como el resto. Como siempre voy
sonriendo y desde luego no tengo ni idea de cómo imponerme sobre los niños.
Supongo que piensan que pueden hacer conmigo lo que les venga en gana. Vamos
que el martes salí de esa clase de lo más desanimada.
Menos mal que después del colegio tocaba el
“Sedán” que era mucho más relajado. Ya nos reciben como si fuésemos yendo allí
toda la vida. Hasta tenemos un grupo del dominó. En serio, no sabía yo que ese
juego fuese tan complicado. Se pueden hacer hasta estrategias de juegos y los
ancianos hasta saben quién, cuándo y a veces cómo van a ganar los cuatro que se
sientan en la mesa. Teresa y yo solo jugamos con la suerte. Y parece que está
muchas veces de nuestra parte, porque ganamos bastante.
Para acabar el día volvimos a la cancha.
Después de tanto días sin haber aparecido por allí imaginábamos que nos habrían
echado de menos. Bueno, quizás tanto no. Pero sí que nos recibieron de lo más
alegremente. Pronto tuvimos equipo y pudimos jugar unas cuantas veces. Lo
cierto es que, en verdad, fue un día de lo más completo. Así que al volver solo
quedaba ducharse y a la cama.
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