Ese día nos tocaba (por fin), conocer a los
niños del colegio de Las Lajas. Entre las dos teníamos que dar clase a seis
cursos que iban desde los 6 hasta los 12 años. Al final como no nos poníamos de
acuerdo de a quién daría quién, lo echamos a suertes, de tal manera que Teresa
se quedó con los peques, primero, segundo y tercero y yo con los mayores,
cuarto, quinto y sexto. Nuestro cometido, básicamente dar clases de inglés.
Nuestra mayor preocupación, caerles lo mejor posible.
De tal manera que la tarde anterior habíamos
estado preparando ejercicios y juegos que podrían gustarles. Comúnmente, ya que
lo nuestro es una democracia de dos, decidimos empezar con el abecedario,
básico en todo idioma. Yo me preocupé pensando que eso a los mayores les
aburriría porque seguramente ya lo sabrían. Aclaración, no tenían ni idea. Es
en este punto cuando te das cuenta cómo es la organización educativa incluso en
colegios que se podrían llamar “de cierta categoría”.
El lado bueno fue que todas las canciones,
los juegos y las actividades que habíamos preparado les encantaron porque nunca
las habían visto.
Con respecto a los niños. Para empezar eran
penosos. No os escandalicéis, no me refiero a que dieran pena, sino que eran
vergonzosos de aquí a la Luna. (Pena en Panamá significa vergüenza). Tanto a
Teresa como a mí nos costó Dios y ayuda conseguir que se presentaran en inglés.
Sí que es verdad que a medida que avanzaban las clases se volvían más
confiados, hasta el punto de que rápidamente podías saber quién era un terremoto.
En mi caso, fueron el grupo de quinto los más agotadores, y sin embargo fue con
quienes más tiempo pasé. Los de cuarto eran un “amor” como dirían algunas de
mis amigas y los de sexto, a pesar de ser los mayores o quizás por esa misma
razón, los más tímidos.
Aparte de los niños y los ancianos, uno de
nuestros objetivos principales es conocer a un grupo más o menos de nuestra
edad (más menos que más), para echar las tardes. Con este fin Teresa y yo nos
aventuramos con toda la seguridad del mundo por San Félix. Fuimos dando un
paseo hasta llegar a la cancha. Nuestra intención era preguntar para jugar al
Voley con quien estuviese. Sin embargo el valor nos fue abandonando por
momentos. Y cuando llegamos (conseguimos incluso cruzar la carretera), nuestro
ánimo se desinfló como un balón pinchado y volvimos a casa sin conseguir acabar
nuestra misión. Parece mentira que una frase como “¿Podemos jugar?” sea tan
sencilla de hacer con diez años y tan difícil con veinte.
Saraa!!
ResponderEliminarMe encanta esta entrada, y me alegro de que te lo estés pasando bien a la vez de aprender un montón de cosas. Que sepas que aquí te vamos leyendo las entradas que haces para saber todo lo que realizas allí.
Un beso, y aprovecha cada segundo.