Fue un día tranquilo. Simplemente nos tocó ir
al “Sedán” a acompañar a los ancianos desde por la mañana a las 8 hasta las 3-4
de la tarde. Aunque es verdad que Teresa me dejó sola ante el peligro cuando
tuvo que acompañar a uno de los ancianos, el señor Sergio, que es ciego, a
misa, porque como ya saben los panameños son muy religiosos.
Eso sí, después de todo el día nos dio tiempo
para conocerlos y coger más confianza con ellos. Hasta tal punto es así, que
ahora mismo estamos convencidas de que les gustamos bastante y de que nos echan
en falta por las mañanas, cuando nosotras estamos en las escuelas. A ese cariño
rápido el Padre Julián lo denomina el típico comportamiento tropical. Y la
verdad que parece una regla en estas gentes.
También hay que decir que cada uno de ellos
tiene unas cosas, cada cual más graciosas y entrañables que el anterior. La
señora Laura es un as al dominó (aunque ella dice que es suerte), está siempre
hablando, gritando y sonriendo (incluso a veces le da por hablar en inglés para
sí misma). El señor Sergio es toda una autoridad en las historias de antaño y
en la sabiduría popular. Los señores Pedro y Domingo son bastante tímidos al
principio, pero solo hay que hablarles un poco para que cojan confianza.
Dorita, la pequeña Dorita, no medirá más de un metro, tampoco oye muy bien, pero
es la más adorable y graciosa del grupo. Tiene como compañera en su casa a una
vaca, con la que Elvin, el conductor del autobús que siempre nos lleva y nos
trae, le toma el pelo. Además siempre anda por ahí con su bolsa llena de telas,
porque es una gran costurera, y por lo que he oído, ahora está haciendo una
colcha o una sábana…
Así podría seguir con cada uno de ellos. Pero
ya saben lo que se suele decir, “una persona, un mundo”. Y la verdad es que
quien inventase esa expresión, tenía toda la razón.
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