lunes, 7 de julio de 2014

Día 9

Rocky, llamado el tirano, se colocó tras el púlpito y con ojos inquisitivos comenzó a decir a su joven congregación lo que habrían de hacer esa mañana durante la Misión. Con sus cortos veinte años determinaba, elegía y mandaba como le venía en gana. Teresa y yo, nuevas en esto de llevar la religión a las casas de las gentes, nos mirábamos, con ese tipo de miradas (seguro que las conocen) que lo dicen todo sin palabras. Básicamente nuestras conversaciones en silencio venían a resumirse en lo siguiente “pero este niño de qué pino/palmera/cocotero se ha caído”.  
No entendíamos cómo primero el Padre Adonaí, y luego el profesor Nicolás, habían dejado a cargo de tal personaje al grupo de los jóvenes. En cualquier caso ahí nos encontrábamos y como buenos chavales que somos todos teníamos que comportarnos y aceptar su mandato, a pesar de que claramente se le había subido a la cabeza.
Separarnos a Teresa y a mí en distintos grupos fue su primera decisión, a nuestro parecer, de lo más tiránica. No me malinterpretéis, no me importa estar sola, pero era la primera vez en toda la semana que cada una de nosotras teníamos que ir por nuestra cuenta. Y encima, para colmo, Rocky el tirano me había puesto en su grupo, como si quisiese tener a una de las dos atada en corto.
Gracias a Dios, dentro de nuestro pequeño conjunto nos separamos en otros dos grupos, tocándome a mí dentro de aquel en el que los chicos tenían dos dedos de frente. Es decir, aquel en el que no se encontraba Rocky el tirano. En general he de decir que tampoco se lo tomaban muy en serio. Más que nada me parecieron un grupo de chavales que están en la edad del pavo y que lo que buscan, más que llevar el conocimiento del Evangelio a las casas, es pasar un rato juntos.
Una vez acabada nuestra labor, que consistió más o menos en pasearnos de arriba a abajo el pueblo, visitando más bien pocas casas, volvimos a la Iglesia. Allí Rocky el tirano volvió a entrar en acción. Le pidió a cada grupo contestar a cuatro preguntas: ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Y qué hemos traído? En cuanto los grupos hubieron acabado su dedo mandón señaló a Teresa para que hablara. Presionada por el grupo y la presencia de tantas personas expectantes tuvo que contestar de forma positiva a las preguntas, casi alabando la actividad (como luego tuve que hacer yo), a pesar de que no nos había gustado y lo veíamos como un sin sentido. Luego fue mi grupo, a quienes literalmente nos puso un cero porque nadie quería hablar. En serio ¡Puso un cero a su propio grupo! Pero es que además valoraba todas las opiniones… vamos a ver ¿desde cuándo se valora una opinión? ¡Una opinión es una opinión! Cada cual tiene la suya y es de una gran intolerancia puntuar las de los demás del 0 al 10.
Pero bueno, el colmo de la mañana vino a la hora de comer. Estábamos sentados en los bancos de la Iglesia donde, puedo asegurarlo, es muy difícil comer con propiedad, con la mala suerte y reitero lo de la MALA SUERTE, de que a Teresa se le cayó el vaso con el zumo por el suelo. Ante lo cual, Rocky el tirano no tiene otra cosa que soltar, sin venir a cuento y dirigiéndose únicamente a su amigo, la frase “ha sido un castigo de Dios”. What the fuck? Esa fue la cara de Teresa cuando lo escuchó y luego la mía cuando me lo contó. Ahora seguro que os preguntáis, como nosotras, de qué pino/palmera/cocotero se ha caído Rocky el tirano.
Pero el lado cómico del día no terminó con la actividad de los jóvenes. Aún quedaba una pequeña anécdota para por la tarde. Como habíamos estado toda la mañana por ahí decidimos echarnos una siestecilla (de dos horas) para estar descansadas para nuestra jornada de Vóleibol en la cancha de San Félix. Lo teníamos todo planeado. A las seis y media cenábamos para estar preparadas sobre las siete para ir a divertirnos. La cosa no salió. Básicamente porque en mitad de la cena vino Julián para ver cómo estábamos y a decirnos que había cerrado la puerta y había soltado a los perros. Por lo general es una tarea que hace sobre las ocho o las nueve. Solo digo que eran las seis…

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