Rocky, llamado el tirano, se colocó tras el
púlpito y con ojos inquisitivos comenzó a decir a su joven congregación lo que
habrían de hacer esa mañana durante la Misión. Con sus cortos veinte años
determinaba, elegía y mandaba como le venía en gana. Teresa y yo, nuevas en
esto de llevar la religión a las casas de las gentes, nos mirábamos, con ese
tipo de miradas (seguro que las conocen) que lo dicen todo sin palabras. Básicamente
nuestras conversaciones en silencio venían a resumirse en lo siguiente “pero
este niño de qué pino/palmera/cocotero se ha caído”.
No entendíamos cómo primero el Padre Adonaí,
y luego el profesor Nicolás, habían dejado a cargo de tal personaje al grupo de
los jóvenes. En cualquier caso ahí nos encontrábamos y como buenos chavales que
somos todos teníamos que comportarnos y aceptar su mandato, a pesar de que
claramente se le había subido a la cabeza.
Separarnos a Teresa y a mí en distintos
grupos fue su primera decisión, a nuestro parecer, de lo más tiránica. No me
malinterpretéis, no me importa estar sola, pero era la primera vez en toda la
semana que cada una de nosotras teníamos que ir por nuestra cuenta. Y encima,
para colmo, Rocky el tirano me había puesto en su grupo, como si quisiese tener
a una de las dos atada en corto.
Gracias a Dios, dentro de nuestro pequeño
conjunto nos separamos en otros dos grupos, tocándome a mí dentro de aquel en
el que los chicos tenían dos dedos de frente. Es decir, aquel en el que no se
encontraba Rocky el tirano. En general he de decir que tampoco se lo tomaban
muy en serio. Más que nada me parecieron un grupo de chavales que están en la
edad del pavo y que lo que buscan, más que llevar el conocimiento del Evangelio
a las casas, es pasar un rato juntos.
Una vez acabada nuestra labor, que consistió
más o menos en pasearnos de arriba a abajo el pueblo, visitando más bien pocas
casas, volvimos a la Iglesia. Allí Rocky el tirano volvió a entrar en acción.
Le pidió a cada grupo contestar a cuatro preguntas: ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué?
¿Cómo? ¿Y qué hemos traído? En cuanto los grupos hubieron acabado su dedo
mandón señaló a Teresa para que hablara. Presionada por el grupo y la presencia
de tantas personas expectantes tuvo que contestar de forma positiva a las
preguntas, casi alabando la actividad (como luego tuve que hacer yo), a pesar
de que no nos había gustado y lo veíamos como un sin sentido. Luego fue mi
grupo, a quienes literalmente nos puso un cero porque nadie quería hablar. En
serio ¡Puso un cero a su propio grupo! Pero es que además valoraba todas las
opiniones… vamos a ver ¿desde cuándo se valora una opinión? ¡Una opinión es una
opinión! Cada cual tiene la suya y es de una gran intolerancia puntuar las de
los demás del 0 al 10.
Pero bueno, el colmo de la mañana vino a la
hora de comer. Estábamos sentados en los bancos de la Iglesia donde, puedo
asegurarlo, es muy difícil comer con propiedad, con la mala suerte y reitero lo
de la MALA SUERTE, de que a Teresa se le cayó el vaso con el zumo por el suelo.
Ante lo cual, Rocky el tirano no tiene otra cosa que soltar, sin venir a cuento
y dirigiéndose únicamente a su amigo, la frase “ha sido un castigo de Dios”. What the fuck? Esa fue la cara de Teresa
cuando lo escuchó y luego la mía cuando me lo contó. Ahora seguro que os
preguntáis, como nosotras, de qué pino/palmera/cocotero se ha caído Rocky el
tirano.
Pero el lado cómico del día no terminó con la
actividad de los jóvenes. Aún quedaba una pequeña anécdota para por la tarde. Como
habíamos estado toda la mañana por ahí decidimos echarnos una siestecilla (de
dos horas) para estar descansadas para nuestra jornada de Vóleibol en la cancha
de San Félix. Lo teníamos todo planeado. A las seis y media cenábamos para
estar preparadas sobre las siete para ir a divertirnos. La cosa no salió.
Básicamente porque en mitad de la cena vino Julián para ver cómo estábamos y a
decirnos que había cerrado la puerta y había soltado a los perros. Por lo
general es una tarea que hace sobre las ocho o las nueve. Solo digo que eran
las seis…
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