El sábado trasladamos nuestro plan de los
domingos. Por la mañana nos dirigimos rumbo a la playa, aunque hicimos unas
cuantas paradas previas. Para empezar fuimos a Remedios, un pueblo pesquero que
a mí me pareció de lo más bonito. En serio, la plaza podría haber pasado
perfectamente por una de las de España. (No quiero decir con esto que los
pueblos españoles sean más bonitos, simplemente que me los recordó).
El puerto, por el contrario, no se parece en
nada a los nuestros. Yo, tonta de mí, me esperaba una versión en miniatura de
nuestros muelles, divididos por sus pantalanes y con los barquitos distribuidos
a uno y otro lado. Ni de cerca. Cuando llegamos la marea estaba baja así que la
zona donde suelen estar los barcos estaba vacía. Solo se veía un lecho de
piedras, con unos pocos barcos destartalados repartidos por aquí y por allí y
varios pájaros carroñeros parecidos a nuestros buitres buscando pescados entre
las rocas. Un páramo de lo más desolador.
La siguiente parada fue Nancito, aunque aquí
lo pronuncian como “Nansito”. La mejor vista, junto con la de la comarca, que
yo he tenido de este hermoso lugar. Ninguna foto puede hacerle justicia. Altos
y bajos de continua hierba verde, con elevados árboles desperdigados y las
montañas al fondo como una imponente barrera. El mar por el otro lado, más que
azul, blanco, confundiéndose como en una única masa con el cielo, donde las
nubes se perfilaban, dando lugar a un día de lo más nublado.
“Nansito” también es famoso por sus petroglifos.
Uno de los pocos restos de la historia previa a la conquista que tienen los
panameños. Como buen retazo de su pasado, lo tienen bien guardado en un recinto
cerrado, rodeado por una valla. Los petroglifos son dibujos de carácter
simbólico grabados en la roca, que comenzaron a hacerse durante el Neolítico y
algunos continuaron hasta la Edad del Bronce. Es normal que quieran protegerlos
con tanto ahínco.
Una vez dada esta breve clase de historia nos
dirigimos ya a nuestro destino inicial que era la playa. Era de lo más
necesario igualar todo el puzle que era nuestra piel después de habernos
quemado en la Comarca. Resultó ser una tarea imposible. Para empezar, porque ya
me dolían bastante los brazos como para seguir poniéndolos al sol y en segundo
lugar porque estábamos lo suficiente cansadas del día anterior como para no
soportar la incomodidad de la arena ni la pegosidad de la sal.
Aunque sí las soportamos lo suficiente como
para disfrutar de una típica comida de chiringuito playero. Un plato de pescado
fresco con patatas, patacones y un poco de ensalada. Riquísimo. Jamás había
disfrutado tanto con el pescado como lo estoy haciendo aquí, en serio. Hasta
las espinas lo valen. Es como limpiar unas chuletillas y además es que están
igual de sabrosas que esos pescados que
nos comimos. Además lo acompañamos con lo que se llama Ceviche. Una especie de
entrante, también hecho de pescado frío, bañado en salsa de limón. Yo solo
vendría aquí para disfrutar de estos platos.
Por la tarde. Siesta. Había que descansar de
la Comarca, de la playa, y sobre todo del Sol, que nos había pegado fuerte.
También ese sábado fuimos a la cancha, una vez que estuvimos completamente
renovadas. Pero tal como fuimos, tuvimos que volvernos, porque no había ni una
sola alma. Será que aquí los sábados también se sale, o al menos que tienen
otros planes distintos de los del resto de la semana.
Como no teníamos nada mejor que hacer nos
fuimos con los jóvenes de Adonaí a ver la película de “Nuts”. Muy buena, por
cierto. Estaba por allí nuestro gran amigo Rocky el tirano. Será porque ese día
ya no le habían concedido los altos mandos el poder absoluto, pero lo cierto es
que fue de lo más simpático. Un chico normal que nos invitó a pasar el tiempo
con ellos. Un sábado de relax, de lo más necesario después de tantas
experiencias intensas.
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