lunes, 21 de julio de 2014

Día 16

El sábado trasladamos nuestro plan de los domingos. Por la mañana nos dirigimos rumbo a la playa, aunque hicimos unas cuantas paradas previas. Para empezar fuimos a Remedios, un pueblo pesquero que a mí me pareció de lo más bonito. En serio, la plaza podría haber pasado perfectamente por una de las de España. (No quiero decir con esto que los pueblos españoles sean más bonitos, simplemente que me los recordó).
El puerto, por el contrario, no se parece en nada a los nuestros. Yo, tonta de mí, me esperaba una versión en miniatura de nuestros muelles, divididos por sus pantalanes y con los barquitos distribuidos a uno y otro lado. Ni de cerca. Cuando llegamos la marea estaba baja así que la zona donde suelen estar los barcos estaba vacía. Solo se veía un lecho de piedras, con unos pocos barcos destartalados repartidos por aquí y por allí y varios pájaros carroñeros parecidos a nuestros buitres buscando pescados entre las rocas. Un páramo de lo más desolador.
La siguiente parada fue Nancito, aunque aquí lo pronuncian como “Nansito”. La mejor vista, junto con la de la comarca, que yo he tenido de este hermoso lugar. Ninguna foto puede hacerle justicia. Altos y bajos de continua hierba verde, con elevados árboles desperdigados y las montañas al fondo como una imponente barrera. El mar por el otro lado, más que azul, blanco, confundiéndose como en una única masa con el cielo, donde las nubes se perfilaban, dando lugar a un día de lo más nublado.
“Nansito” también es famoso por sus petroglifos. Uno de los pocos restos de la historia previa a la conquista que tienen los panameños. Como buen retazo de su pasado, lo tienen bien guardado en un recinto cerrado, rodeado por una valla. Los petroglifos son dibujos de carácter simbólico grabados en la roca, que comenzaron a hacerse durante el Neolítico y algunos continuaron hasta la Edad del Bronce. Es normal que quieran protegerlos con tanto ahínco.
Una vez dada esta breve clase de historia nos dirigimos ya a nuestro destino inicial que era la playa. Era de lo más necesario igualar todo el puzle que era nuestra piel después de habernos quemado en la Comarca. Resultó ser una tarea imposible. Para empezar, porque ya me dolían bastante los brazos como para seguir poniéndolos al sol y en segundo lugar porque estábamos lo suficiente cansadas del día anterior como para no soportar la incomodidad de la arena ni la pegosidad de la sal.
Aunque sí las soportamos lo suficiente como para disfrutar de una típica comida de chiringuito playero. Un plato de pescado fresco con patatas, patacones y un poco de ensalada. Riquísimo. Jamás había disfrutado tanto con el pescado como lo estoy haciendo aquí, en serio. Hasta las espinas lo valen. Es como limpiar unas chuletillas y además es que están igual de sabrosas que  esos pescados que nos comimos. Además lo acompañamos con lo que se llama Ceviche. Una especie de entrante, también hecho de pescado frío, bañado en salsa de limón. Yo solo vendría aquí para disfrutar de estos platos.
Por la tarde. Siesta. Había que descansar de la Comarca, de la playa, y sobre todo del Sol, que nos había pegado fuerte. También ese sábado fuimos a la cancha, una vez que estuvimos completamente renovadas. Pero tal como fuimos, tuvimos que volvernos, porque no había ni una sola alma. Será que aquí los sábados también se sale, o al menos que tienen otros planes distintos de los del resto de la semana.
Como no teníamos nada mejor que hacer nos fuimos con los jóvenes de Adonaí a ver la película de “Nuts”. Muy buena, por cierto. Estaba por allí nuestro gran amigo Rocky el tirano. Será porque ese día ya no le habían concedido los altos mandos el poder absoluto, pero lo cierto es que fue de lo más simpático. Un chico normal que nos invitó a pasar el tiempo con ellos. Un sábado de relax, de lo más necesario después de tantas experiencias intensas. 

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