El Paraíso cada día nos gusta más. Son como
una familia en la que los mayores ayudan y protegen a los pequeños (hay que
tener en cuenta que muchos de ellos son hermanos). A pesar de las distintas
edades que les separaran comparten experiencias, conocimientos y juegos. Todos son
amigos entre sí. Y lo mejor es que nos han acogido con los brazos abiertos.
Cuando vamos no sé quiénes se ilusionan más, si ellos o nosotras.
Cuando vamos no sé quiénes se ilusionan más, si ellos o nosotras.
Como el lunes, empezamos dando clase. Aclaración,
no se habían mirado la lección. Bueno, tampoco nos sorprendió. No es como si
los niños de Las Lajas lo hicieran o como si nosotras lo esperásemos. De
cualquier manera no se llevaron la sorpresa.
Explico lo de la sorpresa. Desde el primer
día preguntaban por regalos y les dije que el próximo día les llevaríamos alguno,
pero como aún no tenemos para todos, les explicamos que quien se aprendiese los
números del 1 al 10 en inglés tendría una sorpresa. Se ve que lo del regalo no
vale tanto la pena como para mirarse eso.
Después de esa intensa clase (solo repasamos
los números y dimos los miembros de la familia, pero para ellos ya fue
bastante, porque clamaban por salir al recreo), a las 10.25 salimos al patio a
jugar… hasta las 12 nos tuvieron correteando por aquí y por allí. Que si
escondite, que si ratón y gato, que si fútbol, que si el tres en raya… son auténticas
pilas duracel, les dura la batería, literalmente, toda la semana. Ese día no
estaba Juan Carlos, pero le había venido a sustituir su hermana María. Son tal
para cual. De lo más graciosos, incansables, apuntándose a cualquier cosa…
Como siempre nos despidieron con las caras
largar y preguntándonos si íbamos a volver al día siguiente. De veras que ojalá
pudiéramos, solo por cómo se quedan cuando nos vamos nos encantaría volver
todos los días de la semana.
Después tuvimos que ir al “Sedán”. Andando.
Media hora. Casi no había sombra. Ya os lo podéis imaginar. Si ya estábamos
deshidratadas de tanto correr para arriba y para abajo del patio, este caminar
bajo el sol abrasador, fue el colmo. Encima para mayores males, el sol, a pesar
de estar justo encima de nosotras, decidió focalizarse más en mi lado derecho
que en el izquierdo. Resultado: estoy más morena (o quemada, aunque yo prefiero pensar que es
lo primero) de un lado que de otro.
Ese día nos tocaba coger las riendas de esas
reuniones de adultos mayores y por eso el día anterior habíamos pensado un par
de juegos para mantenerlos entretenidos. El comienzo fue desastroso. Para que
se movieran habíamos pensado que podían jugar a lo de las sillas (suena la
música y cuando se apaga todos tienen que buscar una silla en la que sentarse,
quedando eliminado el que queda de pie). Les explicamos que no tenían que
correr, que había que andar lento. Aun así la idea no cuajó.
Teresa y yo no sabíamos qué hacer, nos habían
desbaratado todos nuestros planes. Sin embargo decidimos seguir con el otro
juego que habíamos preparado. Se trataba de una adivinanza que les tuvo entretenidos
el resto de la tarde. Y aún después de ese tiempo no consiguieron alcanzar la
solución, tuvimos que decírsela nosotras. Aunque debió de gustarles el juego
porque al día siguiente se lo repitieron a los que no habían estado. Por si
quieren probar suerte la adivinanza es la siguiente: un hombre aparece muerto
en medio del desierto y a su lado únicamente hay un palo, ¿qué ha pasado?
El resto de la tarde fue de lo más tranquila.
No fuimos a la cancha, pero sustituimos este entretenimiento por un placer aún
mayor. Una auténtica cena a la española, en la que el plato principal fue
chorizo, jamón serrano y queso. Buenísimo. Se come muy bien en Panamá, todo hay
que decirlo, pero estos manjares solo pertenecen a España.
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