lunes, 14 de julio de 2014

Día 13

El Paraíso cada día nos gusta más. Son como una familia en la que los mayores ayudan y protegen a los pequeños (hay que tener en cuenta que muchos de ellos son hermanos). A pesar de las distintas edades que les separaran comparten experiencias, conocimientos y juegos. Todos son amigos entre sí. Y lo mejor es que nos han acogido con los brazos abiertos.
Cuando vamos no sé quiénes se ilusionan más, si ellos o nosotras.
Como el lunes, empezamos dando clase. Aclaración, no se habían mirado la lección. Bueno, tampoco nos sorprendió. No es como si los niños de Las Lajas lo hicieran o como si nosotras lo esperásemos. De cualquier manera no se llevaron la sorpresa.
Explico lo de la sorpresa. Desde el primer día preguntaban por regalos y les dije que el próximo día les llevaríamos alguno, pero como aún no tenemos para todos, les explicamos que quien se aprendiese los números del 1 al 10 en inglés tendría una sorpresa. Se ve que lo del regalo no vale tanto la pena como para mirarse eso.
Después de esa intensa clase (solo repasamos los números y dimos los miembros de la familia, pero para ellos ya fue bastante, porque clamaban por salir al recreo), a las 10.25 salimos al patio a jugar… hasta las 12 nos tuvieron correteando por aquí y por allí. Que si escondite, que si ratón y gato, que si fútbol, que si el tres en raya… son auténticas pilas duracel, les dura la batería, literalmente, toda la semana. Ese día no estaba Juan Carlos, pero le había venido a sustituir su hermana María. Son tal para cual. De lo más graciosos, incansables, apuntándose a cualquier cosa…
Como siempre nos despidieron con las caras largar y preguntándonos si íbamos a volver al día siguiente. De veras que ojalá pudiéramos, solo por cómo se quedan cuando nos vamos nos encantaría volver todos los días de la semana.
Después tuvimos que ir al “Sedán”. Andando. Media hora. Casi no había sombra. Ya os lo podéis imaginar. Si ya estábamos deshidratadas de tanto correr para arriba y para abajo del patio, este caminar bajo el sol abrasador, fue el colmo. Encima para mayores males, el sol, a pesar de estar justo encima de nosotras, decidió focalizarse más en mi lado derecho que en el izquierdo. Resultado: estoy más morena  (o quemada, aunque yo prefiero pensar que es lo primero) de un lado que de otro.
Ese día nos tocaba coger las riendas de esas reuniones de adultos mayores y por eso el día anterior habíamos pensado un par de juegos para mantenerlos entretenidos. El comienzo fue desastroso. Para que se movieran habíamos pensado que podían jugar a lo de las sillas (suena la música y cuando se apaga todos tienen que buscar una silla en la que sentarse, quedando eliminado el que queda de pie). Les explicamos que no tenían que correr, que había que andar lento. Aun así la idea no cuajó.
Teresa y yo no sabíamos qué hacer, nos habían desbaratado todos nuestros planes. Sin embargo decidimos seguir con el otro juego que habíamos preparado. Se trataba de una adivinanza que les tuvo entretenidos el resto de la tarde. Y aún después de ese tiempo no consiguieron alcanzar la solución, tuvimos que decírsela nosotras. Aunque debió de gustarles el juego porque al día siguiente se lo repitieron a los que no habían estado. Por si quieren probar suerte la adivinanza es la siguiente: un hombre aparece muerto en medio del desierto y a su lado únicamente hay un palo, ¿qué ha pasado?
El resto de la tarde fue de lo más tranquila. No fuimos a la cancha, pero sustituimos este entretenimiento por un placer aún mayor. Una auténtica cena a la española, en la que el plato principal fue chorizo, jamón serrano y queso. Buenísimo. Se come muy bien en Panamá, todo hay que decirlo, pero estos manjares solo pertenecen a España. 

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